Orense hace historia
Un pueblo se reúne para contar su propia historia.
lunes, 30 de septiembre de 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
Rosa en carnaval. de Beatriz Botas
Es verano , y la playa convoca a trabajar
su papá es constructor entonces la
familia va a vivir a la playa. Rosa y sus hermanos saben que para ellos
significa placer y alegría. Juegos en la playa, sol, arena, todo invita a
disfrutar.
Es
febrero y en Orense se festeja “El carnaval”.
Rosa transpone el umbral de la playa para
asistir al Corso cargada cual guerrera del espacio con miles de papelitos
perforados al azar, globos de agua, bombitas que a media noche comenzarían a
estallar.
Llega
a la avenida San Martín Y se pierde entre luces , cientos de foquitos de
colores que el Vinco y compañía hilvanaron cual collar vidriado callejero. Y
allí en la acera emergen payasos , gorilas, caras de mirada adelante y atrás.
Barco de dos bicicletas. Durante los cinco
días hay concurso de disfraz, eso sí, debieron pedir permiso. Si hasta Tonchi
se disfrazó, pero es el más alto y la
evidencia no le permitió disfrutar del anonimato.
La noche
abraza en un baile en el Club donde en mesas familiares todo es alegría, desde allí un voto a las niñas premiará.
Colmada de almas bullangueras, en la pista danzan al compas de la orquesta (
venida de capital) máscaras, bellas
jóvenes de miradas furtivas detrás del antifaz. La música alegra el corazón y
un aroma exquisito mana desde el lanza perfume (si, foncito con perfume), guirnaldas atrevidas cual serpiente se enredan
en onduladas cabelleras.
Rosa está feliz , brilla, hay luz en su
corazón. Y sí, hoy es la elegida, banda, corona y capa, es la Reina del Carnaval y obligado baile con el
presidente del club. A los 18 años Rosa
ostenta además otros reinados como el de la Primavera. Durante ese año es la más
linda, está de moda y lo disfruta.
Relato contado por Rosa Viurli y Vicente
José Carija. Gracias.
martes, 16 de julio de 2013
Un reconocimiento especial al Doctor Abel Baigorri: Un ser de luz, de Alejandra Debesa
Si por
algo, el pueblo de Orense puede definirse como una comunidad afortunada,
es sin lugar a dudas por la destacada trayectoria de tantos años del Médico
Clínico Cirujano Doctor Abel Baigorri. Un orensano por adopción,
natural de la provincia de San Juan que arribó a esta localidad a mediados del
siglo pasado.
El
Doctor Baigorri había nacido el 2 de enero de l924 en el departamento
Desamparados de la mencionada provincia, en el seno de una familia constituida
por nueve hijos. Su padre era médico y a decir de las palabras de su hijo
"el entorno que me rodeó desde pequeño, la familiaridad permanente
con la profesión de mi padre, el contacto asiduo con los libros y la admiración
que me profesaba su imagen, me marcó profundamente. De ahi el fuerte deseo
de ser lo que era mi progenitor".
César
Basilio Baigorri, su padre, era un hombre muy recto y de una gran capacidad
intelectual, se desempeñó en los cargos de ministro y diputado en su provincia
natal. Contaba el doctor que los tiempos eran difíciles, épocas de
grandes crisis para la Argentina, él y sus hermanos vestían en forma
modesta, pasándose la ropa unos a otros con visibles remiendos, pero se sentían
igualmente felices. Para su familia el estudio era la mejor herencia
posible y no se equivocaba. Cursó así sus estudios universitarios en la ciudad
de La Plata y las prácticas médicas en el Hospital Policlínico de la ciudad de
Buenos Aires.
En
aquel momento de juventud y estudio supo tener como compañero al eminente
Doctor René Favaloro.
Luego de ejercer algunos años la medicina en la ciudad pre cordillerana de
Barreal y ya habiendo contraído matrimonio con María de las Candelas Alonso le
surgió la posibilidad de trasladarse a nuestro pueblo. A través de un
llamado telefónico y del apoyo de su cuñado el señor Rubén Alonso, concretaron
el viaje.
Llegaron a Orense el 9 de Julio de l956. Trabajó como médico de policía durante
trece años. En el año l959 comenzó su labor en la Sala de Primeros Auxilios
donde concurrió casi treinta años.
También
se dedicó y ejerció como profesor en el Instituto Privado General José de San
Martín alrededor de siete años. Quienes tuvieron el privilegio de presenciar
sus clases, tuvieron el placer de observar magistrales prácticas docentes de
una didáctica formidable, logradas por la pasión que les imprimía.
Aquí
en Orense, nacieron sus tres hijos, María Candelas, Laura y Abel, a quienes
educó en los valores esenciales de la vida.
Sabemos
de la humildad que lo caracterizó, de su pasión entrañable por la lectura, de
su ambición por saber siempre más, por perfeccionarse, aún después de haber
abandonado la práctica de la medicina. Sabemos de su entrega a nuestra gente,
dando lo mejor de sí, de su profesionalidad. Sabemos de un ser generoso,
íntegro, honesto, pero por sobre todas las cosas sinceramente humano. Sabemos
de su férrea convicción religiosa, era un respetuoso absoluto de la
vida y un abanderado de la ética y la moral.
Así fue el Doctor Abel Baigorri, nos enseñó con el ejemplo - quien ejerce mayor
influencia que las palabras sobre las personas-. Fue un hombre que nos enseñó
con la coherencia de sus actos, nos apuntaló con la indeclinable posición de
jamás pactar con lo que no fuese estrictamente correcto. Supo despertar la
admiración, con su forma campechana y sencilla se ganó el afecto de todos. Lo
vimos en el esfuerzo de noches de vigilia por sus enfermos, de la frenética
carrera contra el tiempo, en la odisea que significaba la visita a domicilio
cuando las calles eran de tierra y la lluvia torrencial apremiaba. Lo
conocimos en el diagnóstico probo y acertado. De seguro habrá tenido sus
desaciertos, era un ser humano, pero siempre fue con la verdad, con la palabra
empeñada y defendiendo la vida.
Nos
dejó un inmenso legado de enseñanza y de amor. Su recuerdo jamás se disipará
porque su obra ha sido fecunda.
Lo
recordamos y lo extrañamos.
¡GRACIAS
INFINITAS DOCTOR ABEL BAIGORRI!
de Alejandra Debesa
lunes, 15 de julio de 2013
Honrar la vida, de Paula Fernández
En vísperas del Centenario de Orense es propicio reconocer y
homenajear a una persona sencilla, solidaria,
emprendedora, optimista y, fundamentalmente, “soñadora”: hablo del SEÑOR
ALBERTO RAMOS.
Mirarlo a la cara “emociona” porque sus ojos trasmiten
transparencia y mucha paz.
Dialogar con él significa tener el honor de escuchar sabias
palabras, conceptos que marcan un rumbo, ideal para que las escuchen los
adolescentes, porque es un ejemplo a seguir.
Desde la época que iba en bicicleta a Cristiano Muerto a
visitar a su novia (quien después fuera su esposa) o tal vez antes, Alberto
SOÑABA con tener una casa y una fábrica. Sueño que se hizo realidad gracias a
su carácter emprendedor.
Comienza a los diecinueve años con las primeras cosas en
hormigón (mesadas, escalones), los realizaba con una máquina vieja que era “un
rejunte de hierros”. Más tarde con la ayuda del Señor Saenz Rosas que le salió
de garantía para un crédito del Banco Nación compró los terrenos y realizó un
galpón. También recibió ayuda del Sr. Anker Keergaard quien confió en su
capacidad y realizó los trámites para otro crédito. Él fue su primer maestro de finanzas, una persona
fundamental que lo guió y lo aconsejó.
Pasó por momentos comerciales buenos y otros de mucho
sufrimiento como en la época del “Rodrigazo” o la crisis del 2001, en ambos
casos “se luchaba por la supervivencia”.
Hoy en día, esta hermosa fábrica de Orense produce:
bebederos para hacienda, comederos para feed Lot, Cercos olímpicos, lajas para
caminos, bancos para parques, mesas y sillas para camping, anillos para cámaras
y pozos ciego, etcétera. El sistema de trabajo ha cambiado, ahora se realiza la
producción más rápida. Los productos elaborados se comercializan en la zona,
pero también llegan a lugares lejanos como Bariloche, Zapala y Las Lajas. Es
una interesante fuente de trabajo para los orensanos.
Lo importante es que Alberto, con sus setenta y tres años
sigue “creando” productos y para ello está largas horas pensando y dibujando el
elemento que tiene en mente. Apasionado por su trabajo piensa en presentar un
proyecto que tiene que ver con un sistema de desagüe cloacal donde se evitaría
la contaminación del agua y en base a esto fabricaría un producto premoldeado
para poder llevarlo a cabo.
Su gente más cercana lo caracteriza como “único”, ¿a cuántas
personas Alberto les dio un techo? Las instituciones de Orense y de la zona le
deben mucho. Siempre ayudando y aportando ideas interesantes para beneficiar a
los demás.
Como dice la canción: “permanecer y transcurrir no siempre
quiere sugerir honrar la vida”
“Honrar la vida es erguirse vertical, más allá de la caídas”
“No es lo mismo que vivir, honrar la vida”
Sr. Alberto: Usted sí
que honra la vida.
¡Mi más sincera admiración hacia usted!
Paula Fernández
Mario Pedone Minicross
En el año
1985 comencé a armar un “cañito” para la playa. En ese momento corría en la
categoría minicross el Sr. Raúl Pérez y a Osvaldo Espinosa se le ocurrió la
idea de armar uno para poder participar. Nos juntamos un grupo de amigos, todos
fierreros y pudimos correr hasta 1990. Tuve la oportunidad de participar como
acompañante con mi amigo Ricardo Santiago.
En 1992
formé mi familia y paré, las prioridades cambiaron.
Luego de
10 años se me presenta la oportunidad de comprar el auto de Javier Espinosa,
quien había logrado ganar el campeonato. Por dos años consecutivos los
resultados fueron espectaculares, pelear por el número 1 en la puerta es el
sueño de todos los pilotos. Fue una experiencia maravillosa para mí y todo el
grupo que me acompañaba.
También
pude participar del Rally.
Hoy,
a…….. años de mi debut con el mini tengo el privilegio de cederle el auto a mi
hijo Emilio, quien está haciendo sus primeras experiencias.
Más allá
de los buenos resultados y las frustraciones obtenidas, lo que más me importa y
rescato es el compartir un deporte en familia y con amigos. Siempre vivimos
fines de semana agradables, donde el mate, el asadito y las manos engrasadas
son infaltables.
Por supuesto
que siempre queremos estar más adelante. Nunca olvidaré mi primer podi. Pero
los fierros a veces te desilusionan...
Pero así
se entiende y disfruta del automovilismo.
Como en los viejos cuentos, de Lirita Ferrario
Había una vez una nena a la que le gustaba dibujar…y lo hacía muy bien.
Un día, a su colegio llegó la invitación de un
importante laboratorio, para que todos los chicos participaran de un concurso
con sus dibujos. Y allá mandaron los sobres, cargados de ilusionados colores.
En aquellos años las comunicaciones eran todas
por carta, la de sobre, la que trae el cartero. Las llamadas telefónicas eran
sólo para las urgencias. Entonces, después de un largo tiempo, llegó una carta
al colegio. La hermana directora, la leyó, y corrió a compartirlo con el grado
de la nena que había ganado. El premio consistía en una hermosa bicicleta para
ella, y muchísimos libros para el colegio. Estaban felices, ¡iban a tener una
biblioteca!
Qué lindo lo que compartieron aquella tarde, en
el salón de actos. ¡Qué felicidad en la cara de la nena con su bicicleta, qué
orgullosos sus compañeros, y que emoción en las maestras al ver tantos libros
para sus niños!
Pero… como en todos los cuentos, hay un pero, y
éste era que el colegio no tenía bibliotecaria, ni los medios económicos para
contratar a alguien.
También había en ese entonces, una inspectora,
muy conocida en toda la región, muy respetada por todas las directoras, y cuya
visita provocaba cosquillitas en la panza de los chicos… y en más de una maestra…
Pero esta inspectora tenía un empuje, una
iniciativa como pocos, y cada vez que sus exigencias hacían correr a las
directoras, terminaba en algún beneficio para el colegio.
La hermana directora era igual en iniciativa,
en empuje, y también cada vez que se proponía algo, exigía hasta conseguirlo; y
el resultado, siempre se traducía en mejoras para su colegio.
Este colegio tenía muchos alumnos. Y estos
alumnos tenían unas mamás, y abuelas, con muchas ganas de trabajar, unas mamás
y abuelas, comprometidas con el diario
quehacer del colegio, y con sus necesidades. Allá iban ellas a cada reunión a
la que eran convocadas. Allá se subían ellas al micro para cuidarlos en las
excursiones, allá iban ellas con alguna exquisitez para la feria del plato, y allá volvían ellas con alguna exquisitez para
su casa porque había que colaborar de todos modos.
Esta vez la reunión a la que estaban convocadas
era especial: ¡estaba la
Inspectora! ¡Y además, la bibliotecaria del Colegio Nacional!
¿Cuál sería el propósito de la directora?
La propuesta no se hizo esperar, y el motivo de
la misma tampoco: se necesitaba gente que atendiera la biblioteca porque el
colegio necesitaba una biblioteca. Dicen que las mamás y las abuelas se miraron
entre ellas, como corroborando que ninguna de ellas era bibliotecaria, como
corroborando que querían que funcionara la biblioteca, pero que no sabían cómo
ayudar. Y habló la inspectora. Ella propuso preparar personalmente, junto a la
bibliotecaria del Colegio Nacional, a las que dispusieran de ganas y de tiempo
para atender la biblioteca.
Y así comenzaron el taller, una abuela, y cinco
mamás. El grupo tenía que ser bautizado, y así nació el grupo de “Las Abuelas
Cuentacuentos”. Este nombre surgió por la presencia de una bien dispuesta, divertida y muy comprometida
abuela, la que arrastraba con su alegría, a las mamás, a cuanta actividad organizaban.
El taller llegó a su fin. Cuentan que las
alumnas hasta Certificado recibieron, el que fue atesorado como muestra de lo
que muchas manos y voluntades juntas pueden lograr.
Por mucho tiempo, los chicos disfrutaron la
pequeña biblioteca, escucharon cuentos,
recrearon y animaron relatos, y las Cuentacuentos se animaron hasta escribir
una obra de teatro, la que al mejor estilo Esopo, dejaba un mensaje a los pequeños
espectadores, mediante charlas de animales.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Han pasado muchos años, el Colegio ha crecido.
Hoy cuenta con una ejemplar biblioteca, la que lleva el nombre de Luis Aldao. Y
tiene una bibliotecaria, que habiendo sido alumna, partió para formarse, pero
volvió para dar cada día todo el amor y toda la ternura que su colegio sembró
en su corazón.
Vaya en mis palabras mi cariñoso, emocionado y
agradecido recuerdo a “la abuela cuentacuentos” Negrita Debesa de Milito, y a
la incansable Inspectora Sarita Linares, quienes ya no están entre nosotros,
y mi afectuoso abrazo a la distancia, por haber
hecho de nuestra tarea en la
Biblioteca del Colegio, uno de mis más caros recuerdos, a las
queridas: Hermana Rafaela, Carmen Villavicencio, Marina Gutierrez de Beguerie,
María Alejandra Debesa, Inés Lambretch de Querejazu y Susana Pereyra de
Amestoy.
Y a la actual bibliotecaria, Josefina Espinosa
La nena del cuento se llama Juliana Latorraca
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