lunes, 15 de julio de 2013

Como en los viejos cuentos, de Lirita Ferrario



Había una vez una nena a la que le gustaba dibujar…y lo hacía muy bien.
Un día, a su colegio llegó la invitación de un importante laboratorio, para que todos los chicos participaran de un concurso con sus dibujos. Y allá mandaron los sobres, cargados de ilusionados colores.
En aquellos años las comunicaciones eran todas por carta, la de sobre, la que trae el cartero. Las llamadas telefónicas eran sólo para las urgencias. Entonces, después de un largo tiempo, llegó una carta al colegio. La hermana directora, la leyó, y corrió a compartirlo con el grado de la nena que había ganado. El premio consistía en una hermosa bicicleta para ella, y muchísimos libros para el colegio. Estaban felices, ¡iban a tener una biblioteca!
Qué lindo lo que compartieron aquella tarde, en el salón de actos. ¡Qué felicidad en la cara de la nena con su bicicleta, qué orgullosos sus compañeros, y que emoción en las maestras al ver tantos libros para sus niños!
Pero… como en todos los cuentos, hay un pero, y éste era que el colegio no tenía bibliotecaria, ni los medios económicos para contratar a alguien.
También había en ese entonces, una inspectora, muy conocida en toda la región, muy respetada por todas las directoras, y cuya visita provocaba cosquillitas en la panza de los chicos… y en  más de una maestra…
Pero esta inspectora tenía un empuje, una iniciativa como pocos, y cada vez que sus exigencias hacían correr a las directoras, terminaba en algún beneficio para el colegio.
La hermana directora era igual en iniciativa, en empuje, y también cada vez que se proponía algo, exigía hasta conseguirlo; y el resultado, siempre se traducía en mejoras para su colegio.
Este colegio tenía muchos alumnos. Y estos alumnos tenían unas mamás, y abuelas, con muchas ganas de trabajar, unas mamás y abuelas,  comprometidas con el diario quehacer del colegio, y con sus necesidades. Allá iban ellas a cada reunión a la que eran convocadas. Allá se subían ellas al micro para cuidarlos en las excursiones, allá iban ellas con alguna exquisitez para la feria del plato, y  allá volvían ellas con alguna exquisitez para su casa porque había que colaborar de todos modos.
Esta vez la reunión a la que estaban convocadas era especial: ¡estaba la Inspectora! ¡Y además, la bibliotecaria del Colegio Nacional! ¿Cuál sería el propósito de la directora?
La propuesta no se hizo esperar, y el motivo de la misma tampoco: se necesitaba gente que atendiera la biblioteca porque el colegio necesitaba una biblioteca. Dicen que las mamás y las abuelas se miraron entre ellas, como corroborando que ninguna de ellas era bibliotecaria, como corroborando que querían que funcionara la biblioteca, pero que no sabían cómo ayudar. Y habló la inspectora. Ella propuso preparar personalmente, junto a la bibliotecaria del Colegio Nacional, a las que dispusieran de ganas y de tiempo para atender la biblioteca.
Y así comenzaron el taller, una abuela, y cinco mamás. El grupo tenía que ser bautizado, y así nació el grupo de “Las Abuelas Cuentacuentos”. Este nombre surgió por la presencia de una  bien dispuesta, divertida y muy comprometida abuela, la que arrastraba con su alegría,  a las mamás, a cuanta actividad organizaban.
El taller llegó a su fin. Cuentan que las alumnas hasta Certificado recibieron, el que fue atesorado como muestra de lo que muchas manos y voluntades juntas pueden lograr.
Por mucho tiempo, los chicos disfrutaron la pequeña biblioteca,  escucharon cuentos, recrearon y animaron relatos, y las Cuentacuentos se animaron hasta escribir una obra de teatro, la que al mejor estilo Esopo, dejaba un mensaje a los pequeños espectadores, mediante charlas de animales.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Han pasado muchos años, el Colegio ha crecido. Hoy cuenta con una ejemplar biblioteca, la que lleva el nombre de Luis Aldao. Y tiene una bibliotecaria, que habiendo sido alumna, partió para formarse, pero volvió para dar cada día todo el amor y toda la ternura que su colegio sembró en su corazón.

Vaya en mis palabras mi cariñoso, emocionado y agradecido recuerdo a “la abuela cuentacuentos” Negrita Debesa de Milito, y a la incansable Inspectora Sarita Linares, quienes ya no están entre nosotros,
y mi afectuoso abrazo a la distancia, por haber hecho de nuestra tarea en la Biblioteca del Colegio, uno de mis más caros recuerdos, a las queridas: Hermana Rafaela, Carmen Villavicencio, Marina Gutierrez de Beguerie, María Alejandra Debesa, Inés Lambretch de Querejazu y Susana Pereyra de Amestoy.
Y a la actual bibliotecaria, Josefina Espinosa
La nena del cuento se llama Juliana Latorraca


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