Había una vez una nena a la que le gustaba dibujar…y lo hacía muy bien.
Un día, a su colegio llegó la invitación de un
importante laboratorio, para que todos los chicos participaran de un concurso
con sus dibujos. Y allá mandaron los sobres, cargados de ilusionados colores.
En aquellos años las comunicaciones eran todas
por carta, la de sobre, la que trae el cartero. Las llamadas telefónicas eran
sólo para las urgencias. Entonces, después de un largo tiempo, llegó una carta
al colegio. La hermana directora, la leyó, y corrió a compartirlo con el grado
de la nena que había ganado. El premio consistía en una hermosa bicicleta para
ella, y muchísimos libros para el colegio. Estaban felices, ¡iban a tener una
biblioteca!
Qué lindo lo que compartieron aquella tarde, en
el salón de actos. ¡Qué felicidad en la cara de la nena con su bicicleta, qué
orgullosos sus compañeros, y que emoción en las maestras al ver tantos libros
para sus niños!
Pero… como en todos los cuentos, hay un pero, y
éste era que el colegio no tenía bibliotecaria, ni los medios económicos para
contratar a alguien.
También había en ese entonces, una inspectora,
muy conocida en toda la región, muy respetada por todas las directoras, y cuya
visita provocaba cosquillitas en la panza de los chicos… y en más de una maestra…
Pero esta inspectora tenía un empuje, una
iniciativa como pocos, y cada vez que sus exigencias hacían correr a las
directoras, terminaba en algún beneficio para el colegio.
La hermana directora era igual en iniciativa,
en empuje, y también cada vez que se proponía algo, exigía hasta conseguirlo; y
el resultado, siempre se traducía en mejoras para su colegio.
Este colegio tenía muchos alumnos. Y estos
alumnos tenían unas mamás, y abuelas, con muchas ganas de trabajar, unas mamás
y abuelas, comprometidas con el diario
quehacer del colegio, y con sus necesidades. Allá iban ellas a cada reunión a
la que eran convocadas. Allá se subían ellas al micro para cuidarlos en las
excursiones, allá iban ellas con alguna exquisitez para la feria del plato, y allá volvían ellas con alguna exquisitez para
su casa porque había que colaborar de todos modos.
Esta vez la reunión a la que estaban convocadas
era especial: ¡estaba la
Inspectora! ¡Y además, la bibliotecaria del Colegio Nacional!
¿Cuál sería el propósito de la directora?
La propuesta no se hizo esperar, y el motivo de
la misma tampoco: se necesitaba gente que atendiera la biblioteca porque el
colegio necesitaba una biblioteca. Dicen que las mamás y las abuelas se miraron
entre ellas, como corroborando que ninguna de ellas era bibliotecaria, como
corroborando que querían que funcionara la biblioteca, pero que no sabían cómo
ayudar. Y habló la inspectora. Ella propuso preparar personalmente, junto a la
bibliotecaria del Colegio Nacional, a las que dispusieran de ganas y de tiempo
para atender la biblioteca.
Y así comenzaron el taller, una abuela, y cinco
mamás. El grupo tenía que ser bautizado, y así nació el grupo de “Las Abuelas
Cuentacuentos”. Este nombre surgió por la presencia de una bien dispuesta, divertida y muy comprometida
abuela, la que arrastraba con su alegría, a las mamás, a cuanta actividad organizaban.
El taller llegó a su fin. Cuentan que las
alumnas hasta Certificado recibieron, el que fue atesorado como muestra de lo
que muchas manos y voluntades juntas pueden lograr.
Por mucho tiempo, los chicos disfrutaron la
pequeña biblioteca, escucharon cuentos,
recrearon y animaron relatos, y las Cuentacuentos se animaron hasta escribir
una obra de teatro, la que al mejor estilo Esopo, dejaba un mensaje a los pequeños
espectadores, mediante charlas de animales.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Han pasado muchos años, el Colegio ha crecido.
Hoy cuenta con una ejemplar biblioteca, la que lleva el nombre de Luis Aldao. Y
tiene una bibliotecaria, que habiendo sido alumna, partió para formarse, pero
volvió para dar cada día todo el amor y toda la ternura que su colegio sembró
en su corazón.
Vaya en mis palabras mi cariñoso, emocionado y
agradecido recuerdo a “la abuela cuentacuentos” Negrita Debesa de Milito, y a
la incansable Inspectora Sarita Linares, quienes ya no están entre nosotros,
y mi afectuoso abrazo a la distancia, por haber
hecho de nuestra tarea en la
Biblioteca del Colegio, uno de mis más caros recuerdos, a las
queridas: Hermana Rafaela, Carmen Villavicencio, Marina Gutierrez de Beguerie,
María Alejandra Debesa, Inés Lambretch de Querejazu y Susana Pereyra de
Amestoy.
Y a la actual bibliotecaria, Josefina Espinosa
La nena del cuento se llama Juliana Latorraca
No hay comentarios:
Publicar un comentario