viernes, 12 de julio de 2013

El colegio secundario en Orense: fruto de una empresa colectiva, de la Familia de Osmar Etcheto






         Todos compartimos la idea de la importancia que la educación tiene en el desarrollo de la vida de las personas, y de las sociedades en su conjunto. Pero también sabemos que no ha sido fácil en nuestro país posibilitar la entrada de todos a la escuela, democratizando las aulas y el acceso al conocimiento. Más bien fue una dura lucha conseguir que la Escuela Primaria llegase a cada una de las  ciudades y a cada uno de los pueblos del territorio. Y realmente fue un logro de toda la sociedad  y de las clases dirigentes,  que tuvieron la convicción de que la Nación Argentina se construiría sobre la base de la educación, y que ella nos llevaría al progreso.
          Este proceso incluyó también a Orense, que poco a poco tuvo escuelas primarias para cubrir las necesidades de todas las familias que vivían en la localidad. Pero no ocurrió lo mismo con la educación secundaria, que llegó preferentemente a los centros urbanos más poblados.
          Esto generó entonces la necesidad de que fuera el propio pueblo el gestor del Colegio Secundario. Pueblo con iniciativa de crecimiento, pueblo comprometido con los otros, Orense mostró en ésta -así como en otras circunstancias- su capacidad para organizarse y trabajar por objetivos que mejorarían la calidad de vida de todos. Y lo que es digno de recordar,  y a la vez de hacer un reconocimiento, es que el Colegio Secundario  - así como muchas de las obras más importantes de Orense- fue el fruto de una empresa colectiva. De muchos que alinearon sus esfuerzos para que este anhelo se convirtiese en realidad.  
          Un grupo de vecinos se pone en marcha tras este objetivo. En el libro del Cincuentenario se transcribe la carta elevada con la petición  a las autoridades educativas del Ministerio de Educación de la Nación, fechada el 8 de setiembre de 1953 y firmada por Nélida Vidal de Baglione, Zulema Soler de Baglione, Dr. Julio Granoni y Adalberto Cantalupi. En la misma explican que ya hay en Orense -población de alrededor de 3000 habitantes-  dos escuelas primarias de las que egresan anualmente sesenta alumnos. Pero los que deciden continuar estudios deben trasladarse a otras localidades porque no hay en el pueblo Colegio Secundario. No obstante dicen, muy pocos pueden hacerlo, pues la mayoría es gente de trabajo que no cuenta con los medios necesarios para tal empresa, y ocurre entonces que son muchos los niños que no pueden continuar con su educación. Además, la ciudad de Tres Arroyos, cabecera del Partido, se encuentra a 60 kilómetros de distancia, con malos caminos y  medios de transporte irregulares, lo que hace imposible un viaje diario.
          Obtenida la autorización y realizadas las gestiones posteriores, logran que el 1° de abril del año 1955 comience a funcionar el Colegio Secundario, en el edificio de la Escuela N° 17. El Dr. Julio Granoni fue el primer Director, a la cabeza de un grupo de docentes , que trabajó ad-honorem durante algunos años, haciéndose cargo de las distintas cátedras para que pudiera desarrollarse la tarea educativa: Nélida Vidal de Baglione, Zulema Soler de Baglione, Nélida Edith Meo Guzmán, Gladys P. de González, Miriam Lidia Marcos, Nancy Vuirli, Raquel Vassolo de Loydi, Edna M. de Granoni, y los Sres Adalberto Cantalupi y Carlos Priuli. Algunos otros docentes se sumaron en los años subsiguientes, y continuaron brindando su trabajo gratuitamente hasta que llegó la subvención estatal.  
          Cabe destacar que el Instituto Privado Gral. José de San Martín, nombre del Colegio Secundario, funcionó desde su inicio -y hasta la actualidad- bajo la órbita de la  Asociación de Fomento de Orense, responsable del mismo, ya que surge como Colegio privado. Es privado porque el Estado no llegaba a los pueblos pequeños con este tipo de institución de nivel medio, nivel educativo pensado con un sentido más restringido y no obligatorio para todos. La iniciativa nacía desde los privados, que asumían responsabilidades y trabajos para el logro de beneficios comunes, y que luego sí interpelaban al Estado solicitando recursos y fondos, pero no lo exigían todo de él. Se trataba de un modo de concebir el compromiso de cada uno con  las cuestiones comunes y públicas, consideradas del interés de todos.    
               Lograda la puesta en funcionamiento del Colegio  había que pensar en el edificio propio. Pero una inversión de tal envergadura no era tarea sencilla de lograr. La Asociación de Fomento entonces decide liderar con fuerza  el proceso para su construcción, en un terreno público ubicado en la Avenida San Martín, la más importante del pueblo. Para tal fin elaboraron una estrategia  pensando en varios frentes, que les permitiese conseguir los fondos suficientes. Nuestro padre era el secretario de esa institución y le tocó ser parte de esos hechos. Muchas veces escuchamos este relato en la mesa familiar, en el que siempre resaltaba la solidaridad y la generosidad de tantos, que se  sumaron silenciosamente, y que permitieron correr la frontera de lo posible.
               Por un lado recorrieron los campos de la zona, explicando la importancia de esta obra para el pueblo, y la trascendencia de la educación en la formación de los jóvenes. Y muchos  productores extendieron  su mano para ayudar, incluso algunos de ellos con cifras verdaderamente importantes para el impulso de la misma. Los comerciantes del pueblo también colaboraron. Y  por supuesto se acercaron a la Municipalidad, que aportó lo suyo. La construcción en sí también la encaró un vecino de Orense, Don Victorio Vuirli , y  para las necesidades del interior del Colegio, mobiliario escolar y demás útiles, se conformó una Comisión de Padres.
               A  todo esto se suma un dato realmente significativo, que fue el aporte económico del entonces gobierno militar, encabezado por el Gral. Juan Carlos Onganía. Al mismo elevaron una nota pidiendo fondos, y tuvieron respuesta: fueron convocados a Buenos Aires. Hasta allí viajaron entonces  nuestro padre y Don Pedro Alí,  presidente de la Asociación, con gran expectativa. Esperaron un largo tiempo en los pasillos de un Ministerio, junto a otros grupos de personas, representantes de tantas organizaciones intermedias del interior del país, cuando en voz alta y fuerte los llaman, como representantes de Orense, y les entregan un cheque para la construcción del edificio. Unos momentos después, cuando pueden leer  la cifra del mismo, la sorpresa fue mucha: ¡se trataba de una cifra millonaria! Esto  les permitió afrontar gran parte de la obra y solucionar muchos problemas.
               Y  finalmente llegó el gran día: el 28 de mayo de 1968 fue el primer día de clases en el edificio propio del Instituto  San Martín. Los alumnos que protagonizaron ese momento todavía lo recuerdan con emoción. Recorrieron el trayecto, dejando atrás la Escuela N° 17, para trasladarse esa mañana al nuevo Colegio , y estrenar sus aulas, sus pasillos luminosos y su patio. Se trataba de un hermoso edificio , con excelentes condiciones para el dictado de clases. Amado edificio por cierto, todavía más valorado porque todos juntos lo habían logrado.      
                El Colegio fue el producto de la visión de los vecinos del pueblo, que tuvieron clara esta necesidad y  proyectaron más educación para sus jóvenes,  pensando en un mejor futuro para quienes tuviesen ansias de superación. En todas estas acciones humanas vamos viendo cómo se entrelazan las intenciones y los esfuerzos como los eslabones de una cadena. Cómo docentes, productores, comerciantes, miembros de la Asociación de Fomento, integrantes de las demás instituciones de Orense, familias y vecinos en general, no dudaron en dar y trabajar generosamente para que el Colegio  pudiera establecerse en el pueblo. Y  a esta fuerza inicial  se sumó luego el aporte de lo público, a través de las autoridades nacionales, provinciales y municipales, que otorgaron fondos y realizaron las gestiones pertinentes para facilitar el logro del proyecto.
                Podemos rescatar de estos acontecimientos la diferencia que marca el individuo, lo determinante que resulta el gesto, y la actitud que asume cada persona por su comunidad. Sumado a esto,  el valor del trabajo de las instituciones, un valor que siempre permanece vigente. Seguramente podrá servir a las nuevas generaciones como motor de otros anhelos y de otros sueños, sabiendo que es posible trabajar en conjunto y que las cosas se hagan.    

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