lunes, 8 de julio de 2013

Relatos de un pueblo que da sus primeros pasos, de Fabián Debesa



Guarda en su memoria un baúl de recuerdos de aquellos años en los que Orense daba los primeros pasos, junto con ella. Son recortes de un pasado que no dejó marcas, porque casi todo lo que describe lo derrumbó el paso del tiempo. Por eso, su relato resulta un valioso tesoro y rescatarlo representa una obligación.
Armonía Socorro Alonso de Arámburu –así, con acento en la segunda A, se encarga de aclarar- nació en Orense hace 94 años, cuando la estación del tren “era punta de rieles” y el pueblo que recién despuntaba con la forma de unas mínimas construcciones tenía ambiciones de transformarse “en una potencia”, en una referencia obligada de esta zona del sudeste de la provincia de Buenos Aires.
Ansiosa por divulgar todas esas vivencias de su paso por ese lugar que selló su infancia, Armonía cuenta con increíble precisión detalles de una vida que parece copiada de una foto de color sepia.
“Nací en la habitación de mi propia casa y Doña Genoveva Garaygorta fue la partera. Mi padre trabajaba en el negocio de los cereales y con mi madre habían llegado a Orense desde Ramón Santamarina. Recibía y acopiaba para Bunge & Born, Louis De Riders y otras firmas inglesas”, detalla Armonía. Y entonces comienza a esparcir recuerdos de los primeros años del Siglo XX, en primera persona. “Tenía la casa a un costado de la vía. Vivíamos alrededor de los galpones del FFCC y de las instalaciones de las cerealeras. A los pocos metros estaba el depósito de la carbonilla que usaban las locomotoras. No puedo olvidar cuando venían las chatas con el cereal que se bajaba a los galpones, y cuando estaban repletos, se hacían las estibas donde jugábamos a los toboganes.Las chatas llenas de bolsas de trigo estacionaban a la vuelta de casa. Nuestra casa estaba en lo que se llamaba la playa, que no es lo mismo que la costa. No hay que confundir porque playa le decíamos a ese sector de trabajo y la costa era la orilla del mar, a donde también íbamos los fines de semana”.
Ese era el centro neurálgico del poblado que de a poco se ponía de pie. Cuesta imaginar, un siglo después, el andar de los pibes por esas calles de tierra, de los chacareros inmigrantes que llegaban a estas tierras con sueños de bienestar, de los comerciantes pioneros que hacían una apuesta de vida.
Nos ayuda Armonía con sus descripciones: “De un lado y del otro de la vía del FFCC, las calles tenían una sola vereda, como en la canción. Había en el medio un zanjón que después de las lluvias se llenaba de agua. Este era el centro de actividad del pueblo, ahí se desarrolló.
De este lado, (marca Armonía en un mapa imaginario y debemos aclarar que se refiere a lo que ahora llamamos “atrás de las vías”) vivían las familias y cruzando los rieles estaban los servicios”.
El tren pasaba, martes, jueves y sabados. Llegaba a las 10 y a las 18, regresaba a Buenos Aires. Constituía un paseo ir a la estación el día que llegaba el tren.
En Orense había 4 hoteles. Uno de chapa, conocido como “La Fonda de Del Bello”. Algo más sofisticado era el hotel de “Monedero” donde “lo limpio era sucio”, de tan minuciosos que eran con la limpieza. También recuerda el hotel de Ordoqui. Allí se alojaban los “recibidores” que constituían una fauna muy especial. Eran los que recibían los cereales que compraban las grandes casas: Bunge, Louis De Riders. Ahí mismo calaban las bolsas y se tomaban muestras para enviar a las casas matrices.
Casi todos se quedaban en lo de Ordoqui, el alojamiento más familiar. Ahí también venían los médicos y los dentistas. Traían hasta los tornos a pedal. Sin embargo Armonía destaca que “el de Monedero era la pureza misma”. Lo elegían los directivos de las empresas ferroviarias (ingleses) y los dueños de las grandes propiedades de tierras que pasaban algunos días con sus familias, de visita en el pueblo. Por último, menciona el hotel de unas muchachas, de apellido Lizarralde, “muy vascas, muy guapas”, describe, como única referencia.
Establece en su descripción una especie de división de roles sociales en los alumbres del pueblo. “En Orense, en esa época había tres colectividades que fundaron la población: los dinamarqueses, los italianos y los españoles. Había una confitería, una fonda, todo manejado por dinamarqueses.. Además, los daneses, en aquel entonces, se casaban entre ellos. Después se fueron mezclando”.
Los españoles, según palabras de Armonía Socorro Alonso, atendían en los hoteles y otros comercios que comenzaban a conformar la nueva dinámica económica de esta posta pampeana. “Agustin Garaygorta puso una fiambrería. El Turco Martín, la mejor verdulería. Todo llegaba en tren, hasta bacalao de Noruega, para Semana Santa. También venían en el tren los catálogos de las grandes tiendas de Buenos Aires. La gente pudiente compraba contra reembolso en Harrods, La Piedad, Gath&Chaves. Desde muebles hasta vajilla, todo se conseguía por ese mecanismo de comercio. También se copiaban los diseños de ropas para que las modistas pudieran confeccionar prendas para las señoras y los hombres del pueblo que querían ropa a medida”.
Hubo, en esos primeros años, el desembarco de un grupo social que marcó preponderancia por varios motivos que Armonía intenta describir. “La etapa de gran abundancia del pueblo fue mientras el tren era Terminal, cuando el recorrido ferroviario terminaba en Orense. En aquellos años comenzaron a llegar los ingleses –que eran autoridades ferroviarias- y construyeron sus casas para ellos. Tenían sus viviendas y una especie de barrio, cerca de la estación. Hasta canchas de tenis hicieron. Recuerdo que en los predios tenían las pajareras adentro para comer polenta con pajarito. No había contacto entre la gente del tren que iba a construir el empalme con Dorrego (ingleses) y la gente del pueblo. Crearon como un coto cerrado para ellos. Tanto era así que los ingleses mantuvieron una relación de autoridad sobre la gente que contrataba para las tareas de servicio, para los sirvientes. En esos momentos en las carnicerías no encontrabas un lomo porque se lo llevaban siempre ellos”, enumera Armonía, como ejemplo de esa brecha social.
“En Orense había una joyería muy antigua, de Avalos, y las mujeres de los ingleses compraron muchas alhajas de buena factoría. El valor lo tenía la artesanía, no el metal”, abunda en detalles como para que no queden dudas.
Pero también había otras actividades de esparcimiento para aquellos precursores. “Se hacían las romerías en el campo de futbol. En esa época había tres clubes. Alumni, Orense y los Mirasoles. Orense, camiseta roja y blanca, como la de Estudiantes de La Plata; Alumni, roja como Independiente de Avellaneda, y Los Mirasoles, negra y amarilla. Había también canchas de tenis. Tenían poca actividad social pero si mucha convocatoria deportiva. Cada uno tenía su equipo de futbol”. Todo muy “british”, incorporado del estilo y la cultura británica.
Los vascos dejaron su marca con un juego que trasladaron junto con sus valijas. “La cancha de paleta, que está del otro lado de la vía, pertenecía al hotel que era una fonda de chapa, enfrente estaba el hotel de Monedero. Se juntaba mucha gente y se jugaba por dinero”, una costumbre que, parcialmente, perdura. Armonía recuerda otro hito social: el circo criollo. “Me acuerdo de un circo que estuvo un año en el pueblo. Todos sus artistas vivieron aquí y se integraron a la sociedad local. Fue muy famoso, yo tendría 15 o 16 años”.
A poco de andar, Orense, igual que el resto del país, recibe un golpe duro en la economía y en las instituciones: la crisis del año 30 y el primer golpe de estado militar c Otra medida que –a criterio de Armonía- modifica la estructura de desarrollo de la comunidad. Sin demasiada precisión, ubica en la misma época la decisión de las autoridades ferroviarias de continuar la vía del tren. “Cuando hacen la extensión de la vía, algunos de los españoles se retiran, los negocios cambian de dueño. El pueblo se hizo menos dependiente de la actividad de las cerealeras e intenta cobrar un ritmo propio. Se van los directivos ingleses”.
Una anécdota pinta el panorama completo que se vivía entonces. “En la década del 30, en medio de la crisis, había un hombre de apellido Aldaya que regalaba la leche entre los vecinos. Para no tirar la leche, la regalaba. Llegaron muchos crotos al pueblo, sin trabajo, sin recursos. Venían, tocaban el timbre en las casas y la gente les daba de comer. Hubo mucha solidaridad. Nadie, de mi casa, se iba sin nada. Al menos se llevaba un consejo”, cuenta Armonía.
Llegan en esa época las primeras maestras formadas en Magdalena y en Dolores. “Fueron un grupo social que rápidamente se integra al resto de la comunidad”.
El dato sirve como disparador para el recuerdo de su etapa escolar. Rememora que la directora de la Escuela Nro. 17 era doña Mercedes Narvarte. El bedel (portero) del colegio 17 era Reynaldo Medina. “Ahí fui al colegio, cuando recién lo construyeron. Hicieron una escuela con casa para el bedel. Los dos hermanos mayores de Armonía, fueron al “primer colegio”, ese que estaba en la estancia La Ballena y que antecede incluso, a la fundación de Orense.
La revolución de Uriburu significó una crisis y cambio de valores para todo el país y Orense no fue la excepción a la regla.
Jesús Alonso, su padre, era un español anarquista y amante de la lectura nacido en el pueblo de Carrascal en Castilla la Vieja al igual que Socorro, su madre. Jesús fue el fundador de la Biblioteca Pública, una herencia invaluable que dejaría a este sitio que cobijó a su familia.. Para entonces, la viuda de Marcos Riglos había donado los fondos para construir la Iglesia San Marcos. “Ya no podíamos vivir sin estar bautizados, era ir en contra de la corriente. La decisión fue muy discutida dentro de mi familia”, reveló Armonía. Los nombres que sus padres habían elegido con amor y respeto por su ideología tuvieron “que recibir cambios” para que la Iglesia los aceptara.
Jesús Alonso llevó su cerealera hasta San Francisco de Belloq, cuando el ferrocarril extendió su brazo hasta allí. Para hacer más fácil la tarea, compró, en una concesionaria de autos, el primer Ford 29. Sus hermanos Jesús y Rubén se casaron con jóvenes del pueblo y siguieron ayudando a su padre en la empresa familiar.
Armonía, tuvo que abandonar el pueblo de muy joven para poder hacer el secundario que le posibilitaría luego recibirse de Doctora en Ciencias Naturales en la Universidad de La Plata. La hermana menor, Candela, fue quién vivió por más tiempo en Orense. Se casó con el doctor Abel Baigorri, quien en su paso por el pueblo dejó un sello imborrable de solidaridad, docencia y trabajo comunitario. Un modelo de médico rural.Pero la semblanza del doctor Baigorri merece otra historia.
Fabian Debesa
(con la colaboración fundamental de Hilda “Negrita” Aguirregabiría).

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