lunes, 8 de julio de 2013

Nostalgias de un tiempo lindo de María Angélica López




Mirando viejas fotografías de aquellos esquiladores con tijera que arremetían, magníficas cinturas mediante, contra los rebaños que crecían en esta próspera región de Orense, mi memoria voló inevitablemente hacia mis propias vivencias... un poco más acá en el tiempo. Y, como ocurre en estos casos, un “¿te acordás?” lleva al otro y así me encontré reconstruyendo en familia  momentos de una época que no podemos evitar añorar: la de la esquila realizada con las esquiladoras con varillas,  ese paso “tecnológico” importante del que mi generación fue testigo. ¡Cómo no recordar aquellos fines de octubre, principios de noviembre y principios de marzo, cuando los campos se convertían por unos días en bulliciosos escenarios donde cientos de ovinos proveían a los chacareros de su preciado oro blanco! ¡La lana! ¡Cuántos negocios se hacían con esa cosecha!
En los días previos a la llegada de la esquiladora, el movimiento de la chacra se intensificaba. Todo debía estar listo para que no se produjeran atrasos, ya que cada establecimiento esperaba impacientemente el turno. Se acondicionaba el piso del galpón, se preparaban los lienzos del tamaño de cuatro bolsas de arpillera abiertas y luego cosidas unas con otras, se hacía el descascarreo (¡qué tareíta!).
Y llegaba por fin el día en que ese pequeño pueblo nómade se instalaba para cumplir su labor. Recuerdo especialmente que para quienes éramos niños ansiosos de conseguir autorización para presenciar ese despliegue, aunque sólo fuera paraditos y sin molestar, desde “la parte de afuera” del tinglado, aquello era todo un acontecimiento.  Me veo con mis hermanos cruzando el patio y corriendo hacia la casa al grito de  “¡Ahí vienen!”, porque ya en la tranquera se divisaba el camioncito con todo su cargamento. A medio camino se veían los brazos que se agitaban saludando. ¿No era eso, acaso, una fiesta?Apenas un momento más tarde, entre ocho y diez trabajadores (según la cantidad de varillas de la máquina) se encontraban descargando sus catres, sus bancos, sus ropas, los elementos de cocina ¡y hasta alguna guitarra! El grupo estaba formado por el maquinista, cuatro o seis esquiladores, el agarrador, el playero y el cocinero.
Se instalaba rápidamente la máquina en el lugar destinado y el cocinero elegía el animal que carnearía. Sería el primer ovino esquilado y su carne los abastecería durante la estadía. Todas las demás necesidades del grupo eran satisfechas por el patrón de la esquiladora.
Una jornada completa se repartía en cuatro cuartos. Alrededor de las seis de la mañana, el chacarero preparaba la majada, llenaba los corrales entre gritos y el ladrido de los perros y la polvareda que todo lo envolvía y si alguna oveja se ponía remolona se la hacía caminar asustándola con una pandereta de peines que se agitaban una y otra vez. A las 6:30 la esquiladora arrancaba con su acompasada “musiquita”. Como decían en el campo: “¡Un solo ruido nomás!” Y al grito de “¡Lata!” se sumaba la cosecha. A las 8:15 se hacía “el almuerzo chico”. Luego continuaban hasta el mediodía, en que después del almuerzo hacían una breve siesta. Retomaban a las 14 y a las 16 saboreaban unos mates en una media horita de descanso para continuar de allí hasta las 19, cuando todo se detenía.
Quince minutos antes de cada parada, el agarrador dejaba de manear, y en los descansos, el maquinista –que generalmente era el patrón- aprovechaba para afilar los peines a los que primero colocaba en una lata con agua hirviendo para quitarles la grasa.
A medida que transcurría la esquila, el playero juntaba la lana y marcaba las “latas”. Éstas eran fichas semejantes a monedas que llevaba en un morral y que depositaba en un tarrito colgado en el lugar de la varilla de cada esquilador “para hacer la contabilidad”. Para marcar las latas, el playero acompañaba el aviso con un toque en el hombro del esquilador cada vez que éste concluía la esquila de un ovino y depositaba la preciada prueba en el tarrito. Cuando se esquilaba un carnero, al grito de ¡lata! lo seguían dos toques en el hombro; por ello, para que no hubiera ventajas, el agarrador debía manear un carnero para cada esquilador y no repetir hasta que la vuelta estuviera completa.
Después de la jornada agotadora de trabajo que transcurría entre bromas y el continuo ir y venir, llegaba el momento de dejar para el otro día. Entonces, una lavadita… como se podía… y entre chistes y a veces alguna guitarreada llegaba la cena y cada uno a su catre, en el galpón.  Si hasta alguna vez hubo quien satisfizo su fanatismo deportivo escuchando en su radio la pelea de Bonavena, por el título. ¿Qué era eso de volverse al pueblo? Al día siguiente, todo comenzaba de nuevo. Hasta que llegaba el momento de juntar para buscar otro rumbo.
Para dar idea de la realidad en la que se desenvolvía toda esta labor agrego que en un campo de alrededor de 400 hectáreas podían encontrarse majadas de 700 u 800 ovinos. Si eran de raza Lincoln requerían dos esquilas por año; si eran cruza (Corriedale), sólo una. Los corderos se esquilaban en noviembre, haciendo más jugosa la campaña tanto de los trabajadores como de los chacareros. Los lienzos, bien prensados y atados, guardaban entre 60 y 70 kilos de lana cada uno. Un buen esquilador podía esquilar unas 160 ovejas en el día; pero, como en todos los órdenes, siempre ha habido y habrá quien logre un poco más: uno de los recuerdos recuperados destaca la destreza de Luis Garrido que podía superar a sus compañeros hasta en 20 o 30 ovejas más.
Aún hoy, quienes rememoramos aquellos días, tenemos presente el sonido característico de la máquina funcionando y la algarabía que reinaba entre balidos, charlas, risas y días que transcurrían llenos de actividad. No sé si la nostalgia es buena o no pero… ¡es para extrañar! A veces se hace imposible no repetir aquellos versos de Manrique: “¡Cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor!”
Este relato va dedicado a todos los que hemos recordado, en familia, en uno u otro puesto, y a aquellos cuyos nombres se nos escapan o pertenecen a una actividad más reciente, porque aunque ya no existen en Orense los grandes rebaños de otros tiempos, siempre queda alguna majada pequeña que generalmente es esquilada con alguna máquina de un solo peine o con la vieja tijera. Para ellos: Oscar Villalba, Luis Garrido, los hermanos Aguado, “Pelusa”Chatelain, “Kico” Quinteros, “Carlitos” Di Paolo, Abel Inda, Jonás Argüello, Carlos González, Rubén Córdoba, Juan Eiras, Manuel Mujica, “Guigue” González, Adelqui Vidal, Oscar Quinteros, Valdés el guitarrero, “Torta” Illescas, Contreras, Ávila, Pauluque, “Tito” Guzmán, Héctor Pereyra, Rubén Cisneros…
                                                                                           María Angélica López
Escrito con los recuerdos reunidos por Armando Félix Sarasola, Eduardo Pedro López y María Angélica López.


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