lunes, 15 de julio de 2013

Confiando en la divina providencia, de Lirita Ferrario




Recién comenzaba la década de los ´80. El Colegio San José tenía como conductora en lo educativo y espiritual a la Hermana Rafaela. Todavía había pupilos, las aulas estaban inundadas de blancas palomas, y el colegio todo  parecía una enorme colmena.
Mi tarea era acompañar a los pupilos en sus tareas, por la mañana a los pequeños de 1°, 2° y 3°, y a la tarde hacía lo mismo con los más grandes, los de 4° a 7°. Esta tarea estaba acompañada del inmenso placer que era compartir muchas horas con las hermanas, ( y las maestras de esa época, Mirta Exler, una jovencísima Marisa Marioli, Graciela Lanusse, Teresita Ascat); ser mimada por la hermana Carmen con sus exquisiteces, y  visitar cada vez que quería la Capilla.
Fueron momentos que mi corazón ha atesorado y valorado a lo largo de mi vida. Fueron momentos en los que la sencilla sabiduría de todas las hermanas, en especial la Hermana Rafaela, fue sembrando en mi corazón el amor a Dios, fue abriendo mi corazón para ser agradecida a su Infinita Generosidad, y si fue posible, aumentando mi amor al colegio.
En 1981 dejé (no sin dolor) mi tarea en el Colegio para trabajar como cajera en la desaparecida Cooperativa Agrícola Ganadera de Orense…pero nunca me fui, nunca se cortó tan invisible como fuerte lazo que me unía, me une aún, a las hermanas y al Colegio.
La hermana Rafaela soñaba con formar el Centro de Ex Alumnos del Colegio, y no paró hasta conseguirlo, empezando Rubito Molfese en su Citroen (recuerdo hasta la butaca suelta) y yo. Recorrimos muchas veces Orense; él hizo infinidad de llamadas telefónicas; yo escribí otras tantas cartas. El motivo era el mismo: el Colegio necesitaba un Centro de Ex Alumnos, la Unión de Padres necesitaba compañía para sostener la obra de las hermanas.
Así, se acercaron Silvita Aldaya, Graciela Somoza, Tito Zubirí, Laura Gandrup, José Eduardo Ferrario, Picho Aldaya, Genoveva Eguren, y por solidaridad, novias y novios (¡no crean que los obligamos!) Así, comenzamos a reunirnos en el Colegio, con la atenta compañía de la Unión de Padres, entre ellos Chicha y Puchi Somoza, Marta y el Flaco Pérez, Kuki y Lorenzo de la Mata, y las hermanas. Infaltables café, té con limón y masitas o tortas de la hermana Carmen, o si le alcanzaba el tiempo entre tantas exquisiteces que preparaba para el comedor, sus inolvidables pizzas con jugo, eran nuestra cena obligada.
Eran tanto los proyectos, eran tantas las ganas y los sueños, como era tan poco el dinero con el que contaba la institución.
La esquina donada por Alberto Beguerie, estaba ahí, expectante, esperándonos en silencio, no ya para actuar en los actos patrios o en las veladas, sino para  que “devolviéramos con trabajo lo que recibimos con amor” tal como fue nuestro lema después en los festejos de los 60 años del Colegio.
La inagotable hermana Rafaela, ya tenía su sueño en mente, y en algún que otro papel, (la empresa constructora Rampoldi dejó su impronta para la Historia orensana en ese salón). Quería un salón de actos, o salón de fiestas, algo que para nosotros era inalcanzable. Ahí empezaron a sonar en nuestros oídos las palabras mágicas de la hermana: ¡Dios proveerá, confiemos en la Divina Providencia!
Y así fue como un día de la Virgen de la Medalla Milagrosa, el 27 de noviembre de 1982 se comenzó la obra! Casi vivíamos en el Colegio, sobraban ganas de trabajar, ideas, gente que se acercaba a colaborar con lo que podía, u otras, que en forma silenciosa, sumaban sus granitos de arena para lo que todavía parecía un sueño.
Pero nada alcanzaba.
Y cada vez que algo faltaba, cada vez que los fondos tocaban fondo, la Divina Providencia era invocada por la hermana Rafaela, no sólo como un vivo pedido a Dios Padre, sino como una ejemplar manera de transmitirnos la fe, de enseñarnos a fortalecerla, de enseñarnos a confiar.
Un día de agosto dijo la hermana:"¿Se terminó el material, cómo lo conseguiremos?" En esos días, visitó a las hermanas el señor Sapag, abuelo de alumnos del colegio, y papá de otra colaboradora, Chani. Y no se salvó del pedido (con Rafaela no se salvaba nadie) al que respondió enviando casi todo el material que faltaba.
El salón tenía forma, paredes y techo. Ahora, había que vestirlo. Los señores Rampoldi, no sólo dirigieron y construyeron, también buscaban la forma de hacer menor los gastos. Graciela Somoza, desde la Cooperativa Eléctrica, sumó su aporte en todo lo que tenía que ver con su área, el sueño debía tener la luz adecuada.
Llegaba la primavera, y con ella, la obra cobraba forma, vida.
Cada vez faltaba menos, la Divina Providencia nos había concretado el sueño…el Virgen Milagrosa esperaba la inauguración…
Los días previos a ese soñado día, el salón era un hormiguero, el salón era nuestra casa. Luego del trabajo, empezábamos a aparecer, nadie estaba cansado, nadie se iba a dormir temprano. La hermana Irene se instaló de nuevo en Orense, como en los viejos tiempos, para dar sus toques de aguja mágica a lo que hiciera falta.
Mientras los hombres hacían fuerza para colocar el bello telón enviado por las hermanas desde Buenos Aires, las mujeres peleábamos con el telón del fondo, el que caprichosamente, o se caía, o se enroscaba; como si fuera ayer recuerdo la hora, casi las 3 de la mañana, del día de la inauguración.
Y llegó el 3 de diciembre de 1983. Doble motivo para recordar siempre esa fecha, hubiera cumplido años mi papá, e inaugurábamos un sueño hecho realidad.
Del acto, casi no recuerdo, sólo como en viejas diapositivas de un cuento, veo a la Hermana Estefanía, Hermana Inocencia, Hermana Rosa, Hermana Carmen, Hermana Irene, las maestras y los alumnos; y el alma de esta historia, el motorcito de esta realidad, la Hermana Rafaela. Veo a Rubito, a Graciela, Tito, mi hermano José, Silvita, los incansables miembros de la Unión de Padres, los hermanos Rampoldi, veo a tantos y tantos emocionados padres y ex alumnos.
Veo por sobre todos ellos, el abrazo de la Divina Providencia, veo, a lo largo de los años, y mirando mi colegio, mirando mi casi centenario pueblo, que ¡Dios provee siempre!

Lirita Ferrario

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