Recién comenzaba la década de los ´80. El Colegio San José tenía como
conductora en lo educativo y espiritual a la Hermana Rafaela. Todavía había
pupilos, las aulas estaban inundadas de blancas palomas, y el colegio todo parecía una enorme colmena.
Mi tarea era acompañar a los pupilos en sus tareas, por la mañana a los
pequeños de 1°, 2° y 3°, y a la tarde hacía lo mismo con los más grandes, los
de 4° a 7°. Esta tarea estaba acompañada del inmenso placer que era compartir
muchas horas con las hermanas, ( y las maestras de esa época, Mirta Exler, una
jovencísima Marisa Marioli, Graciela Lanusse, Teresita Ascat); ser mimada por
la hermana Carmen con sus exquisiteces, y visitar cada vez que quería la Capilla.
Fueron momentos que mi corazón ha atesorado y valorado a lo largo de mi
vida. Fueron momentos en los que la sencilla sabiduría de todas las hermanas,
en especial la Hermana
Rafaela, fue sembrando en mi corazón el amor a Dios, fue
abriendo mi corazón para ser agradecida a su Infinita Generosidad, y si fue
posible, aumentando mi amor al colegio.
En 1981 dejé (no sin dolor) mi tarea en el Colegio para trabajar como
cajera en la desaparecida Cooperativa Agrícola Ganadera de Orense…pero nunca me
fui, nunca se cortó tan invisible como fuerte lazo que me unía, me une aún, a
las hermanas y al Colegio.
La hermana Rafaela soñaba con formar el Centro de Ex Alumnos del
Colegio, y no paró hasta conseguirlo, empezando Rubito Molfese en su Citroen (recuerdo
hasta la butaca suelta) y yo. Recorrimos muchas veces Orense; él hizo infinidad
de llamadas telefónicas; yo escribí otras tantas cartas. El motivo era el
mismo: el Colegio necesitaba un Centro de Ex Alumnos, la Unión de Padres necesitaba
compañía para sostener la obra de las hermanas.
Así, se acercaron Silvita Aldaya, Graciela Somoza, Tito Zubirí, Laura
Gandrup, José Eduardo Ferrario, Picho Aldaya, Genoveva Eguren, y por
solidaridad, novias y novios (¡no crean que los obligamos!) Así, comenzamos a
reunirnos en el Colegio, con la atenta compañía de la Unión de Padres, entre ellos
Chicha y Puchi Somoza, Marta y el Flaco Pérez, Kuki y Lorenzo de la Mata, y las hermanas.
Infaltables café, té con limón y masitas o tortas de la hermana Carmen, o si le
alcanzaba el tiempo entre tantas exquisiteces que preparaba para el comedor,
sus inolvidables pizzas con jugo, eran nuestra cena obligada.
Eran tanto los proyectos, eran tantas las ganas y los sueños, como era
tan poco el dinero con el que contaba la institución.
La esquina donada por Alberto Beguerie, estaba ahí, expectante,
esperándonos en silencio, no ya para actuar en los actos patrios o en las veladas,
sino para que “devolviéramos con trabajo
lo que recibimos con amor” tal como fue nuestro lema después en los festejos de
los 60 años del Colegio.
La inagotable hermana Rafaela, ya tenía su sueño en mente, y en algún
que otro papel, (la empresa constructora Rampoldi dejó su impronta para la Historia orensana en ese
salón). Quería un salón de actos, o salón de fiestas, algo que para nosotros
era inalcanzable. Ahí empezaron a sonar en nuestros oídos las palabras mágicas
de la hermana: ¡Dios proveerá, confiemos en la Divina Providencia!
Y así fue como un día de la
Virgen de la Medalla
Milagrosa, el 27 de noviembre de 1982 se comenzó la obra! Casi
vivíamos en el Colegio, sobraban ganas de trabajar, ideas, gente que se
acercaba a colaborar con lo que podía, u otras, que en forma silenciosa,
sumaban sus granitos de arena para lo que todavía parecía un sueño.
Pero nada alcanzaba.
Y cada vez que algo faltaba, cada vez que los fondos tocaban fondo, la Divina Providencia
era invocada por la hermana Rafaela, no sólo como un vivo pedido a Dios Padre,
sino como una ejemplar manera de transmitirnos la fe, de enseñarnos a fortalecerla,
de enseñarnos a confiar.
Un día de agosto dijo la hermana:"¿Se terminó el material, cómo lo
conseguiremos?" En esos días, visitó a las hermanas el señor Sapag, abuelo
de alumnos del colegio, y papá de otra colaboradora, Chani. Y no se salvó del
pedido (con Rafaela no se salvaba nadie) al que respondió enviando casi todo el
material que faltaba.
El salón tenía forma, paredes y techo. Ahora, había que vestirlo. Los
señores Rampoldi, no sólo dirigieron y construyeron, también buscaban la forma
de hacer menor los gastos. Graciela Somoza, desde la Cooperativa Eléctrica,
sumó su aporte en todo lo que tenía que ver con su área, el sueño debía tener
la luz adecuada.
Llegaba la primavera, y con ella, la obra cobraba forma, vida.
Cada vez faltaba menos, la Divina
Providencia nos había concretado el sueño…el Virgen Milagrosa
esperaba la inauguración…
Los días previos a ese soñado día, el salón era un hormiguero, el salón
era nuestra casa. Luego del trabajo, empezábamos a aparecer, nadie estaba
cansado, nadie se iba a dormir temprano. La hermana Irene se instaló de nuevo
en Orense, como en los viejos tiempos, para dar sus toques de aguja mágica a lo
que hiciera falta.
Mientras los hombres hacían fuerza para colocar el bello telón enviado
por las hermanas desde Buenos Aires, las mujeres peleábamos con el telón del
fondo, el que caprichosamente, o se caía, o se enroscaba; como si fuera ayer
recuerdo la hora, casi las 3 de la mañana, del día de la inauguración.
Y llegó el 3 de diciembre de 1983. Doble motivo para recordar siempre
esa fecha, hubiera cumplido años mi papá, e inaugurábamos un sueño hecho
realidad.
Del acto, casi no recuerdo, sólo como en viejas diapositivas de un
cuento, veo a la Hermana Estefanía,
Hermana Inocencia, Hermana Rosa, Hermana Carmen, Hermana Irene, las maestras y
los alumnos; y el alma de esta historia, el motorcito de esta realidad, la Hermana Rafaela. Veo a Rubito,
a Graciela, Tito, mi hermano José, Silvita, los incansables miembros de la Unión de Padres, los
hermanos Rampoldi, veo a tantos y tantos emocionados padres y ex alumnos.
Veo por sobre todos ellos, el abrazo de la Divina Providencia,
veo, a lo largo de los años, y mirando mi colegio, mirando mi casi centenario
pueblo, que ¡Dios provee siempre!
Lirita Ferrario
No hay comentarios:
Publicar un comentario