Recuerdos de mis pagos
I
Todo aquel que
emigra, sufrirá por siempre de algo hermoso llamado nostalgia, como también es
innegable que en un lugar privilegiado de la memoria, queden plasmados pasajes
y vivencias ocurridas, a veces felices y otras no tanto. Yo nací en un mes de
setiembre, adelantándome unos días a la primavera de aquel año de 1940, fui el
menor, el más chico de una familia de varios hermanos notablemente mayores,
Marcelino, María, Raúl y Rodolfo (mellizos), Ricardo y yo, el ultimo orejón del
tarro. Mis padres, se afincaron en Orense desde los comienzos, fueron
fundadores del balneario. Tal es así que él , mi padre, fue el primer agente de
policía destacado a la costa, allí se trasladó junto al resto de la familia (yo
aun no había nacido), a cumplir sus funciones. Y las tenía que cumplir bien ya
que el Sargento Cirilo Sanchez (bastante bravo según las mentas) era hasta
capaz de controlarlo. Mi madre, se encargaba del alquiler de las casillas y de
los trajes de baño a los veraneantes, y de proveer a cada casilla un fuentón
con agua limpia y una toalla para higienizarse. Las casillas, eran arrimadas a
la playa a la cincha de un caballo ya que estas estaban dotadas de unas
pequeñas ruedas. Mi hermana María, ayudaba a esa tareas, en cambio mi hermano
mayor ordeñaba una vaquita lechera, que quién sabe Dios cómo se agenciaron. Este
hermano supo desempeñarse en muchos y dispares trabajos, desde caballerizo, a
trabajar de ayudante en el registro civil del pueblo. Y cuando por fuerza mayor
el "Jefe", no estaba presente, pues viajaba desde Tres Arroyos, el
debía "en nombre de la ley" realizar casamientos y todo tipo de
trámites. Hasta sus últimos años de vida recordaba los párrafos leídos con
solemnidad, investido para las ceremonias especiales con un saco corto de
mangas y el resto del "uniforme" de funcionario regalado por algún
familiar mayor. También supo hacer de "Ayudante de cirujano", tal es
así que cuando venía algún médico odontólogo , se hospedaba en el hotel y la
habitación se transformaba en consultorio y su tarea consistía en sostener a
los niños a los que se les debía realizar una extracción.
Los años fueron
pasando, y los hermanos emigraron en busca de mejoras, Marcelino ingresó al
Servicio Militar en Azul en el año 1938, y fue en esa unidad que pudo ver
realizado sus sueños ya que esa carrera lo atraía, siempre recordaba los
afiches colocados en la estación del ferrocarril " Joven argentino, lábrese
un porvenir, ingrese a la Escuela de Suboficiales, etcétera". Y así fue
que rindió en la escuela, su destino Azul, trasladado a Campo de Mayo, ya como
Sargento 1°. Allí lo sorprendió el alzamiento del General Menendez en contra
del Gobierno de Perón el 28 de septiembre de 1951. Por su accionar (ver en
Google; Muerte del Suboficial Fariña) fue ascendido al grado de Sargento
Almirante, y condecorado personalmente por el entonces Presidente de la Nación
con la Orden al Merito Militar, en el Grado de Caballero. Luego de la Revolución
Libertadora del 55, fue dado de baja del ejército, y encarcelado en la
Penitenciaría Nacional. Un año más tarde recuperó su libertad, y retomó sus
actividades, retirándose del ejercito con el grado de Suboficial Mayor, y
falleciendo a la edad de 86 años.
Roberto Sanchez
Recuerdos de mis pagos II
Corría
aceleradamente el año 1945, estábamos en el umbral de un nuevo año. En las
viejas radios que sólo unos pocos podían
tener, como así también leer algún diario ó revista, las noticias más
importantes rondaban entre el desarrollo de la segunda guerra mundial entre las
fuerzas Aliadas y las llamadas del Eje; y, a nivel nacional, las elecciones
presidenciales. Las opiniones estaban divididas entre las fórmulas Perón
-Quijano ó Tamborini Mosca. Ese era el corrillo de los mayores, especialmente
los hombres. Que se mezclaba con el golpear de manos del turco Salomón,
vendedor ambulante quien con su decir: "De la leña sale el carbún, y del
carbún la ceniza, y aquí esta Jose Salomón, por si alguno lo
"bracisa", recorría una a una las casas de la vecindad. Las visitas
eran espaciosas, con mis seis años aún no cumplidos, recuerdo nos solían
visitar las "chicas" de Morfese, unas gringas chacareras de ese
pueblo de Orense, alejado y a su vez cerca de todo lo necesario para vivir. Recuerdo
la campera tejida en lana cruda de oveja que me trajeron de regalo, era
demasiado caliente, pero en esos días de frio invierno, me supo dar su calor, y
por muchos años, junto al "plumón"(almohadón grande de plumas), al
que hoy llamaríamos de lujo. Y la vieja Istilart N°2, que aún conservo como
recuerdo en mi casa de Quilmes donde vivo. Los galpones de acopio de cereales, frente
a los cuales vivía. Ese era para esa fecha tal vez el lugar más concurrido y
bullanguero del pueblo, lugar de reunión de changarines, bolseros carreros,
vendedores, caballerizos, milicos, y cientos de palomas que se entretenían en
comer los granos desparramados en las playas. Más de una vez, algún carrero,
desatando un "tiro", lo enviaba por el aire, haciéndolo caer en medio
de la bandada, lo que después de repetir la operación un par de veces, lograba
la caza de unas cuantas, esto significaba que el guiso carrero variaría, y ya
no sería hecho con carne de oveja (capón), que es bastante cansador.
Pasaron las
fiestas, para los chicos como yo, puedo decir que sin mucha diferencia con los demás
días. Es lo que recuerdo. Eso sí, el 6 de enero es el Día de Reyes, ¿Y qué
chico no lo recordará? Frente a casa, vivía una familia que tenía un camión
tanque-cisterna, en esa familia había dos chicos con quienes solía jugar. Ahí conocí
a un Señor que vino a tratar un negocio de cubiertas-neumáticos, con el camionero.
Los mayores decían que corría coches, y claro que lo hacía y lo siguió haciendo
en todo el mundo, era Juan Manuel Fangio, quien nos trajera nada menos que
cinco campeonatos mundiales de automovilismo. Otros vecinos eran Doña María,
(pondré un nombre ficticio), que tenía varias hijas y nietos a quienes criaba
ella como podía... Y... llegó el ansiado Día de Reyes, recuerdo haber puesto
junto a mis viejas y únicas alpargatas, un balde con agua y algo de pasto (tal
vez en Orense no habría suficiente) la inocencia es lo más puro que podemos
tener a esa edad... Esa noche no dormí pensando en el camión que les había
pedido, como los vecinos de enfrente, que también pidieron uno. Me dormí sin
quererlo. Al otro día, al despertar, lo primero que fui a revisar, fueron mis
alpargatas... Y nada. Fui al corredor, y nada. En un galponcito, reviso y nada.
Enfrente mis amigos jugaban ya con sendos camiones. A los otros vecinitos, los
reyes le habían traído un caramelito a cada uno (vale una mención especial a la
acción de esa abuela). Amargado y herido en mis más puros sentimientos, miré
hacia el camino de tierra, a lo lejos se veía la silueta de un paisano
galopando, al acercarse, ya distingo que es mi hermano Raúl, el Chueco, como lo
llamaban, veinte años mayor, que venía de la cosecha donde estaba trabajando,
montado en su yegua oscura. La misma yegua que en una oportunidad se la pidiera
Atilano Ortega Sanz, (un famoso novelista de aquella época, que en su paso con
su compañía de teatro por Orense, quiso anotarse en una corrida de sortija ). Al
verme su saludo fue una pregunta "¿Qué te trajeron los Reyes?" "Nada",
fue la respuesta entre pucheros. "Los crucé cerca del arroyo -- me
contestó-- creo que iban a buscar más juguetes, ¿ y vos que les pediste?",
"Un camión", conteste ya llorando. "Voy a ver a casa de tu
hermana Maruca", (recién casada con el Cholo Fiadoni, el peluquero). Y
salió al galope a pasar el paso a nivel. La espera era interminable. Hasta que
lo volví a ver; traía sobre la grupa de su recado, un paquete inmenso, me lo
entregó y dijo: "Lo dejaron en casa de Maruca" ¡El camión más lindo
que vi en mi vida!
Gracias te doy hermano mío, aun hoy que han pasado 67 años de ese momento, en el que fuiste hasta la juguetería de Gil, después de haber galopado tantas leguas, no oculto la emoción.
Gracias te doy hermano mío, aun hoy que han pasado 67 años de ese momento, en el que fuiste hasta la juguetería de Gil, después de haber galopado tantas leguas, no oculto la emoción.
Roberto Sánchez
Hermoso relato, qué lindos esos tiempos de antaño donde las personas ejercían el humanismo a pleno. Me encanto Roberto! María A. Querol Visconti
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