Corrían
aquellos años polvorientos, en que los nativos estaban dando paso a
las nuevas civilizaciones. Sí, pueblos polvorientos, caminos
polvorientos que surcaban las llanuras, para convertirlas en rutas
que convergían en ciudades más importantes. ¿El motivo? El
abastecimiento de mercancías, médicos, hospitales, etcétera. Esas
cosas que tienen las ciudades, y que aún hoy en los pueblos, por
razones obvias siguen faltando.
Había
que encontrar una solución… Aquel personaje que arriesga a todo o
nada, fuerte, decidido, generalmente descendientes de europeos, y
allí estuvo muy plantado Genaro Valdez, hijo de españoles, que puso
la primera galera que unió Orense con Tres Arroyos. Caminos
barrosos, ya no sólo polvorientos pues había que viajar todos los
días o casi todos. Por las horas del viaje, por el frío o el calor,
siempre se hacía un alto en el camino y allí en ese momento,
aparecía en escena el boliche de la Oficina o el Hueso Clavado, como
aún se lo denomina. Los hombres tomaban su copita, las mujeres
sacudían sus ropas.
El
viaje continuaba con los pasajeros ya distendidos, contentos, con un
toque de alegría y buen humor para llegar a la noche muy tarde al
pueblo de Orense. Sí, aquella primera galera de pasajeros, lo que
hoy sería una confortable combi con aire acondicionado, calefacción
y rutas asfaltadas fue conducida por mi abuelo, Genaro Valdez.
Pasaron
los años y su hijo, mi papá, Jesús Valdez fue creciendo en un
medio familiar de cariño y trabajo. Fue así que, después de haber
viajado durante años a Buenos Aires, con motivo de traer la
mercadería a Orense, al levantarse el Ferrocarril General Roca,
seguía creciendo en él el disfrute de manejar, como su padre y puso
la primera Estanciera que viajó
de
Orense a Tres Arroyos. A la tarde salía siempre a las 14 horas
y regresaba desde allá a las 19:30. Hasta ese momento sólo
existían dos colectivos que salían a la mañana muy temprano y
regresaban a la noche y así los pasajeros debían pasar todo el día
en Tres Arroyos.
A
Jesús la Estanciera le dio muchas satisfacciones como todo lo que él
emprendía. La gente viajaba mucho. Era sólo medio día y también
los sábados iba y regresaba de mañana. Algunas docentes de este
pueblo viajaban con la Estanciera los días sábados para hacer
diferentes cursos relacionados a su profesión.
Pero
allí, en uno de esos viajes fue que tristemente terminó su vida,
sin ningún inconveniente para los pasajeros que viajaban, porque
Dios está en todas partes. Pero murió feliz, disfrutando lo que más
le gustaba hacer que era manejar.
¡Gracias
papá por enseñarnos a disfrutar de la vida trabajando!
ESCRITO POR MARIA DEL CARMEN VALDEZ
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