Este
espacio está dedicado a aquellos quienes marcaron, cada uno en su
momento y ocasión, una huella imborrable con su espíritu
emprendedor haciendo de su labor una “increíble travesía diaria”,
cumpliendo así una destacable, memorable y heroica tarea; cuando
viajar no era como es hoy: “ subí que te llevo”, simbólicamente
expresado, referido al tiempo reloj y peripecias que estos héroes
del barro, debían superar.
Este
pueblo reconoce aquella loable proeza en el nombre de varios
orensanos, nativos y por opción, que se la jugaron, en caminos de
tierra, cuando el sol allá arriba, marcaba días propicios para el
viaje, pero más se la debieron jugar, en tiempos de invierno, con
los aderezos que esta estación trae consigo, la lluvia, el barro, la
escarcha.
Seguramente
quienes vivieron esta etapa “sin rutas en Orense”, mientras leen
estos renglones, traerán a su presente, los aconteceres guardados en
su memoria, de aquellos viajes a las coleadas, sufriendo, rogando al
supremo para que todo saliera bien, hasta quedarse detenidos
precisamente en el medio de un pantano, al costado de algún camino,
demorados y aguardando la gentileza del hombre de campo, que
habituado ya a estos sucesos, salía de su chacra con el tractor y la
cuarta, para auxiliar al chofer del colectivo con sus pasajeros.
“MIL
ANÉCDOTAS HABRÁ, COMO MIL VIAJES CUMPLIDOS”, pero los héroes del
barro, ahí se perpetuaron…
A
la altura de un merecidísimo homenaje está la intención puesta en
esta porción de historia orensana, con los precisos recuerdos de sus
protagonistas y en algunos casos, de sus familias.
Mirando
a través de la ventana del tiempo, debemos recordar a las primeras
galeras, autos-galeras que en su traquetear por los mismos caminos
que hoy son asfalto o entoscado llevaban gente hacia distintos
lugares que ya han sido mencionados, en el libro de anécdotas de
Orense. Ahora es el turno de la historia de los micros que viajaban
hacia Tres Arroyos:
La
Empresa Yanacone, fue iniciada por don Ángel Yanacone, allá por el
año 1955, su hijo, Ángel Norberto “Cacho”, nos cuenta la
historia: compró su primer colectivo en San Cayetano, él lo
acompañaba con 18 años, era uno chiquito modelo 1939 con motor 46,
todo blanco con unas rayitas rojas, con asiento doble para quince
personas, el segundo un chevrolet 40, uno por los campos que salen a
El Carretero, el otro por el Cruce, (camino que sale a San Cayetano),
retomando la ruta 228. “Salíamos con pocos pasajeros de Orense,
--recuerda-- y llegábamos con los coches llenos, la gente que subía
en los campos era mucha…se salía a las 7,00. Yo prefería el
barro, y no la tierra. Mirá si ibas con la puerta abierta, te
llenabas de tierra, con vidrios abiertos igual, si cerrabas todo,
morías asfixiado. Tanto en invierno como en verano, recuerdo la
gente bajarse y verle los hombros, la espalda llenos de polvo… Por
eso me gustaba más el barro, le poníamos las cuatro cadenas; en
invierno llegar a la ruta y sacarlas, llovía, heladas una sobre la
otra; al volver, ponerlas de nuevo al bajar la ruta, y sacarlas acá,
si las dejabas al otro día con la helada, eran una piedra. Romper
elásticos, crucetas, cortar palieres. Papá le daba hasta que
terminaba los arreglos. Cuando no quedaron micros por el Camino del
Hueso, recién comenzamos nosotros. Por ahí anduvo Puchi Somoza,
después alguien de Chaves, poco tiempo. También habían andado años
atrás, Raúl Olhasso y Funes. Pasábamos por el almacén de Etcheto,
( le llevaba el pan desde acá), también por La Nueva Porteña, de
Miraso, a él se lo traía de El Cañón de Tres Arroyos. Luego papá
adquirió un Mercedes 1960, en Buenos Aires, venían con una fila
doble y la otra de un solo asiento.
Por
San Fco.de Bellocq, arrancamos cuando se pavimentó el camino. Para
fin de año era increíble, la gente, nos esperaba en el frigorífico
Anselmo, hasta 60 supimos traer, (además arriba del techo, más de
una vez, hoy lo pienso y …). Aquí una anécdota: venía alguien
parado contra la puerta, no te vas a caer decía papá, en un
descuido por pitar un cigarrillo, se cae para atrás, pensamos todos
lo peor…. De la camisa, lo que le quedó fue el cuello prendido,
después ni rastro, el pantalón hecho trizas, no se hizo nada, el
lunes cuando volvió no podía ni hablar…
Hubo
un año en que no viajé, estaba muy cansado de tantos encargues y
cosas, de verdad, sentía la puerta de entrada de casa de mamá y ya
me ponía como loco, ahí me suplantó Pololo Yanacone y Daniel
Fernández y Marcelo Aldaya, como acompañantes. ¡Mamá tenía una
letra! Ella anotaba todo, yo agarraba el cuaderno y lo abría en Tres
Arroyos, fue un sostén en nuestra vida. Uno de los micros, ya viejo,
se guardaba en el galpón. Papá que se levantaba a las 5.00, siempre
calentaba agua en un balde de 20 litros y se lo echaba al radiador, y
abajo del cárter le ponía el Bran-Metal para calentar el aceite,
cuando arrancaba no lo paraba más; con un poquito de nafta (y era
diesel), pistoneaba, no sabés… Otra, mi amigo Marcelo, pasando por
la ex Cooperativa Agrícola, yo le aceleraba bien frente a su casa y
quedaba negro por el humo, después me veía venir y se metía
corriendo, disfrutábamos de esas cosas los dos. Otra vez subimos un
lechón en una bolsa arriba, estaba vivo, mal maneado, se desata, cae
por el capot y se mete en el campo, venía el Chueco Terrein, lo
corre y le pegaba cada vuelta, que me invadió la risa, otro gran
amigo en esta historia… Un día le cambié un par de mocasines
nuevos que había comprado, por los míos que usaba para el barro….
Cuando llegó a su casa me quería matar… Los dos viajes diarios
los comencé cuando estuvo hecha la ruta. Ahora te cuento que la
gente me llenaba de lechones, corderos, huevos, gallinas, yo les
decía gracias, por favor cuando yo quiera les aviso, no sabía que
hacer con tantos regalos. Una vez, en las notas de mamá leo: 'traer
cinco pasteles', bueno voy y digo 5, que raro, bueno los compro y ya
en casa iban quedando… Me dice mamá: '¿y esto qué es? – los
pasteles que me encargaron…. No Cacho: eran 5 postales.' Había
leído rápido y bueno igual los comimos.
Accidentes
pocos, sí me llevé puesto una vez un Ford 35, poco líquido de
frenos me olvido de reponer, y en el semáforo de la salida en Moreno
se baja el dueño, 'recién lo saco del chapista'. Nos mirábamos, un
grande el señor, yo 'le pago todo vengo todos los días' y ….
Bueno percances en los bancos, encajadas hubo muchas, una por
ejemplo, frente a la tranquera de Jensen. Me bajé, caminé como
doscientos metros, dos tranqueras, llego estaban cenando, ocho de la
noche. Le explico (eran personas ya grandes, dinamarqués pocas
palabras) bueno en un rato, al galpón, tractor, pero 'nunca lo había
manejado al Deutz', así que en marcha: cambio para adelante, otro
igual hasta que embocó la marcha atrás... a los silos les sacó
lustre, las tranqueras a la primera paró como a media cuadra, la
segunda casi la lleva puesta, después para tirar el micro…. Bueno
toda una Odisea, hasta que logré llevarlo al medio, luego de la
curva y pude seguir.
Otra,
enfrente de lo de Vassolo, ya habían empezado a entoscar, pero ahí
siempre me iba abajo Una vez venía un señora que venía a un
casamiento, y no llegaba, así que Rubito Aldaya, la empujaba por la
ventanilla, porque por la puerta ni ahí, y los de abajo la
tironeaban y logró bajar. El Fálcon que vino a buscarla, se encajó
más adelante, Marcelo, fue hasta lo de Vassolo, los perros lo
querían comer, se subió a la camioneta que estaba allí y le tocó
bocina, salió Jorge y ahí se enteró: '¡Soy Aldaya, Cacho se
encajó!'”
Historias,
hechos, risas, frío, escarcha, le pregunto, qué sintió cuando
estuvo la ruta, y responde: “Me gustaba más el barro, sin esa
tierra que entraba por todos lados y el hecho de maniobrar, se
extrañó mucho”. Una vez Lola, --su madre-- me dijo que los
recados de último momento, por ahí no los anotaba, y si Ángel ya
se había acostado, se ataba una cinta roja en la muñeca para
acordarse al otro día. “Toda la familia trabajamos unidos siempre,
luego vino la combi, y en 1998, terminé el recorrido luego de 45
años de viajes, dice Cacho visiblemente emocionado.”
La
empresa Somoza, de Juan R.Somoza “Puchi”:
“Nosotros
le compramos la línea a Raúl Olhasso que anduvo en sociedad con el
Señor Urbina quienes anduvieron hasta ese momento, año 1957. Los
recuerdos que tengo dice Puchi, son muy buenos, la gente conforme,
luchando con el camino, parábamos en el Hueso Clavado, almacén de
Etcheto, y ya nos esperaban, con alguna picadita, chingarra, chorizo,
huevos fritos, la gente, con razón renegaba un poco. Eran unos
minutos para luego continuar. También en ese momento te cuento que
andaba Don Elías Funes por el mismo camino, y don Ángel Yanacone
por El Cruce… Solía traer muchos cajones con fruta, para abastecer
al comercio, arriba del techo. Una vez, frente al campo de Chayer, se
sale la dirección del colectivo, y empezamos a maniobrar. Recuerdo
como si la viera a Graciela, recién recibida de maestra que daba
clases en el Hueso Clavado, agarrada al caño de mi asiento, con
tremendo susto, llorando, los cajones que caían por el capot, hasta
que se detuvo, no volcamos pero le anduvimos cerca. Hay muchísimas
anécdotas, entraba tierra, bastante, en una oportunidad, una señora
que viajaba, venía dele quejarse por la polvareda, mi hermano Telo
le dice: 'No se haga problema señora, que acá a la tierra la
sacudimos'. Agarró el plumero y comenzó la tarea, y esta mujer le
dice: 'Pero que humor que tiene Somoza'. Cosas de jóvenes…
Salíamos
todos los días de la taberna de Cristóbal Aldaya a las 7,30 de la
mañana, regresando de Tres Arroyos, a las 16,30 hs.
Otra
vez, venía doña Juana, que trabajaba en lo de Etcheto, con su tarro
con huevos, tuvimos una tremenda coleada, y los huevos se
desparramaron por gran parte del micro, venía Armando, un vecino y
luego salió el comentario de él que decía: 'yo no sabía que las
mujeres cuando se asustan ponen huevos' En otra ocasión volvíamos
y se me tapaba la nafta, paraba la soplaba un poco con la boca y
seguíamos, yo le decía a los pasajeros, el colectivo está un poco
desinflado, nada más para no preocuparlos. Cuando llego a la
tranquera de Abel Etcheto, le pido un inflador, se lo paso bien por
el caño de la nafta, y pudimos continuar. Luego salió el comentario
de una señora que dijo: 'El colectivo de Somoza está desinflado,
pero lo infló con un inflador y hay que ver como anda, no tuvimos
más problemas'. Historias cómicas, que hoy podemos rememorar,
anduvimos hasta 1963, 1964, me gustó lo que hice, lo disfruté
mucho, anduve ligero, me gustaba, guardo hermosos recuerdos de esa
etapa.
Otra
historia tiene ahora lugar: de los que iban a Necochea: Susana
Vicente, recuerda a su esposo Rubén Jesús Somoza, “Rubito”:
“El
salía de la taberna de Aldaya, año 1962, donde hoy es el salón de
actos del colegio de hermanas a las 7 de la mañana de lunes a
sábado, y regresaba a las 16 hs. Viajaba hacia Necochea, por el
camino viejo, al costado de las vías. En una ocasión, por las
inundaciones, frente a lo de Beguerie se colocaron durmientes para
que pudiera pasar, unos cuantos metros, serían una o dos cuadras, y
la gente caminando atrás hasta que bajaba nuevamente al camino y
volvían a subir al micro. Siempre lo acompañé, también tuve que
manejarlo durante tres meses, por una lesión que tuvo en el pie,
manejé de chica, así que enseguida tomé el volante y lo hice. El
trayecto seguía por Cristiano Muerto, San Antonio, Energía y de ahí
hasta la terminal de Necochea, algunos bajaban, los demás los
repartía a donde fueran dentro de la ciudad, como si fuera el
trabajo de un remisse de hoy. La gente agradecida, le regalaba desde
algún cordero, bolsas de verduras, era un ida y vuelta entre él y
los pasajeros. Los domingos solía viajar a Balcarce, a un
espectáculo 'Lonja y Guitarra', ahí también yo manejé…
Tuvo
un gran corazón, siempre llevó a todos, aún sin que le pagaran.
Te
imaginás el colectivo viejo, siempre se rompía algo: cuando no
arrancaba, siempre nos pasaban cosas. Episodios que hoy mirados en la
distancia causan mucha gracia, pero hubo que vivirlos en ese momento…
En
una oportunidad viniendo de regreso, se paró de golpe, no arrancaba,
entonces, bajaron algunos pasajeros a empujarlo, arrancó, y continuó
el viaje, con muchos arriba. Claro al rato, le tocaban bocina de
atrás, era un taxi con los pasajeros que se habían bajado a
empujarlo, se los había olvidado. Otra vez traíamos pollitos bebé
para Carlos, Me parece ver esa imagen. Llovía, Edith, con la bolsa
de agua caliente para los pies; también venía Carmen que ya daba
clases, y un montón de gente más. En una coleada frena, acelera, se
va de trompa y los pollos volaron por todo el colectivo. Dijo Rubito:
'Bueno che, ya que se están quejando que el frío, que entra agua,
empiecen a juntar los pollitos.' Todos agachados juntándolos…
'¡Acá hay uno, acá hay otro!', el mismo se reía de sus propias
acciones y de lo que nos sucedía.
Luego
logró comprar uno más grande, por poco tiempo, un año más o
menos, pero las cosas no le iban bien y le vendió la línea a
Cristóbal Garret, que siguió el mismo trayecto algunos años más.
Así, luego de casi 7 años, terminó su vida de colectivero.- Cuidó
y quiso grandemente a sus cuatro hijos, Virginia, Karina, Ramón y
Diego. Compartió gran parte de su vida, junto a sus tíos Somoza, un
cariño y amor especial por todos ellos, que fue recíproco para con
él, y en esa casa junto a sus tíos del alma, cerró los ojos para
emprender un viaje, en donde no faltan los caballos, el tabaco y las
lindas historias que supo pintar aquí abajo.”
Continuemos
ahora con Cristóbal Garret, que le compró la línea a Rubito
Somoza.
En
una amena charla con Víctor Montenegro, nos cuenta que este salía
desde su Confitería La Armonía, a lado del Club Orense, a partir
del año 1973. Era de Buenos Aires, tuvo dos socios, un tal Celestino
y Juan Sordelli de San Cayetano, salía a las 7,00 y regresaba a las
16,00 Era cordial, se hizo gran amigo suyo y de su esposa Coca,
cenaba con ellos todos los días y dormía en el hotel de Ramos.
Anduvo hasta 1982, luego dejó la línea y regreso a la capital. “Fue
un gran muchacho, honesto, de respeto y llevaba a todo el mundo, aún
cuando no le pagaran”.
Es
ahora el turno es de: Expreso Baños, de Ángel Baños. Su esposa
Alicia Pérez, lo recuerda diciendo:
“Comenzó
en el año 1961 recorriendo con su colectivo, el camino paralelo a
las vías hacia Necochea, como lo hizo también Somoza. Salía
temprano en la mañana a las 6,30. llegando a las 9,00 hs. a destino.
Desde el Hotel Colón, (hoy supermercado de Roberto Ramos,
antiguamente Hotel Monedero), y regresaba a las 16. Era una época en
que se trabajaba muchísimo con la gente de los campos, hubo veces en
que no pudo regresar por el estado del camino, también suspendía
los viajes de ida, por el mismo motivo. Fue gran amigo de Carlos
Andersen, quien fue su mecánico. Anécdotas por ejemplo recuerdo
una: en invierno, mucho frío, puso una garrafa con una pantalla de
gas y viajaban con un confort impresionante, decían: el único
servicio adelantado, tenía baño y calefacción, hasta que lo pescó
la policía. Llevaba el pan hasta Cristiano, y la bolsa con la
correspondencia. Un pasajero que siempre viajaba, se lo pasaba
hablando de política, le dijo una vez, otra, 'no hagas de esto un
comité', hasta que se enojó y lo bajó del micro. Después ese
pasajero, se volvía a caballo, nunca más subió. Otra que recuerdo,
para un 28 de diciembre, ya había salido de Cristiano y por lo de la
herrería de la salida, una de las mujeres pasajeras, le dice: 'Pare
Baños, doña Isabel, está dele hacer señas,(desde el hotel)',
entre que dio vueltas y todo, tardó como cinco minutos, cuando llega
frente al hotel, la pasajera le dice que la inocencia le valga. Le
dijo de todo menos bonita… Anduvo hasta 1964 aproximadamente, un
gran servicio a la comunidad, hace ya 50 años”, termina diciendo
Alicia.
En
una oportunidad, en un reportaje para la radio, entrevisté a doña
Isabel Ruiz de Azúa de Más, que tenía el hotel en Cristiano
Muerto, con su esposo y familia. Decía ella “Era un hombre muy
educado y amable, se había hecho amigo nuestro, yo lo esperaba todas
las mañanas con el te o el café calentito, a veces golpeaba porque
era temprano y ya le abría, o sino lo recibía Nito, mi yerno, y
luego continuaba su marcha. Fue muy prudente para manejar, me llevó
muchas veces hasta Necochea, nunca quiso cobrarme…”
Caminos
de tierra, barro, heladas, llegar tarde al hogar, en todos los casos
se repite la misma historia, un desafío que afrontaron todos por
igual, aquellos “Héroes del Barro”.
Osvaldo
Lanusse Arandía
08/06/2013
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