martes, 11 de junio de 2013

Los héroes del barro, de Osvaldo Lanusse Arandía


Este espacio está dedicado a aquellos quienes marcaron, cada uno en su momento y ocasión, una huella imborrable con su espíritu emprendedor haciendo de su labor una “increíble travesía diaria”, cumpliendo así una destacable, memorable y heroica tarea; cuando viajar no era como es hoy: “ subí que te llevo”, simbólicamente expresado, referido al tiempo reloj y peripecias que estos héroes del barro, debían superar.
Este pueblo reconoce aquella loable proeza en el nombre de varios orensanos, nativos y por opción, que se la jugaron, en caminos de tierra, cuando el sol allá arriba, marcaba días propicios para el viaje, pero más se la debieron jugar, en tiempos de invierno, con los aderezos que esta estación trae consigo, la lluvia, el barro, la escarcha.
Seguramente quienes vivieron esta etapa “sin rutas en Orense”, mientras leen estos renglones, traerán a su presente, los aconteceres guardados en su memoria, de aquellos viajes a las coleadas, sufriendo, rogando al supremo para que todo saliera bien, hasta quedarse detenidos precisamente en el medio de un pantano, al costado de algún camino, demorados y aguardando la gentileza del hombre de campo, que habituado ya a estos sucesos, salía de su chacra con el tractor y la cuarta, para auxiliar al chofer del colectivo con sus pasajeros.
“MIL ANÉCDOTAS HABRÁ, COMO MIL VIAJES CUMPLIDOS”, pero los héroes del barro, ahí se perpetuaron…
A la altura de un merecidísimo homenaje está la intención puesta en esta porción de historia orensana, con los precisos recuerdos de sus protagonistas y en algunos casos, de sus familias.
Mirando a través de la ventana del tiempo, debemos recordar a las primeras galeras, autos-galeras que en su traquetear por los mismos caminos que hoy son asfalto o entoscado llevaban gente hacia distintos lugares que ya han sido mencionados, en el libro de anécdotas de Orense. Ahora es el turno de la historia de los micros que viajaban hacia Tres Arroyos:
La Empresa Yanacone, fue iniciada por don Ángel Yanacone, allá por el año 1955, su hijo, Ángel Norberto “Cacho”, nos cuenta la historia: compró su primer colectivo en San Cayetano, él lo acompañaba con 18 años, era uno chiquito modelo 1939 con motor 46, todo blanco con unas rayitas rojas, con asiento doble para quince personas, el segundo un chevrolet 40, uno por los campos que salen a El Carretero, el otro por el Cruce, (camino que sale a San Cayetano), retomando la ruta 228. “Salíamos con pocos pasajeros de Orense, --recuerda-- y llegábamos con los coches llenos, la gente que subía en los campos era mucha…se salía a las 7,00. Yo prefería el barro, y no la tierra. Mirá si ibas con la puerta abierta, te llenabas de tierra, con vidrios abiertos igual, si cerrabas todo, morías asfixiado. Tanto en invierno como en verano, recuerdo la gente bajarse y verle los hombros, la espalda llenos de polvo… Por eso me gustaba más el barro, le poníamos las cuatro cadenas; en invierno llegar a la ruta y sacarlas, llovía, heladas una sobre la otra; al volver, ponerlas de nuevo al bajar la ruta, y sacarlas acá, si las dejabas al otro día con la helada, eran una piedra. Romper elásticos, crucetas, cortar palieres. Papá le daba hasta que terminaba los arreglos. Cuando no quedaron micros por el Camino del Hueso, recién comenzamos nosotros. Por ahí anduvo Puchi Somoza, después alguien de Chaves, poco tiempo. También habían andado años atrás, Raúl Olhasso y Funes. Pasábamos por el almacén de Etcheto, ( le llevaba el pan desde acá), también por La Nueva Porteña, de Miraso, a él se lo traía de El Cañón de Tres Arroyos. Luego papá adquirió un Mercedes 1960, en Buenos Aires, venían con una fila doble y la otra de un solo asiento.
Por San Fco.de Bellocq, arrancamos cuando se pavimentó el camino. Para fin de año era increíble, la gente, nos esperaba en el frigorífico Anselmo, hasta 60 supimos traer, (además arriba del techo, más de una vez, hoy lo pienso y …). Aquí una anécdota: venía alguien parado contra la puerta, no te vas a caer decía papá, en un descuido por pitar un cigarrillo, se cae para atrás, pensamos todos lo peor…. De la camisa, lo que le quedó fue el cuello prendido, después ni rastro, el pantalón hecho trizas, no se hizo nada, el lunes cuando volvió no podía ni hablar…
Hubo un año en que no viajé, estaba muy cansado de tantos encargues y cosas, de verdad, sentía la puerta de entrada de casa de mamá y ya me ponía como loco, ahí me suplantó Pololo Yanacone y Daniel Fernández y Marcelo Aldaya, como acompañantes. ¡Mamá tenía una letra! Ella anotaba todo, yo agarraba el cuaderno y lo abría en Tres Arroyos, fue un sostén en nuestra vida. Uno de los micros, ya viejo, se guardaba en el galpón. Papá que se levantaba a las 5.00, siempre calentaba agua en un balde de 20 litros y se lo echaba al radiador, y abajo del cárter le ponía el Bran-Metal para calentar el aceite, cuando arrancaba no lo paraba más; con un poquito de nafta (y era diesel), pistoneaba, no sabés… Otra, mi amigo Marcelo, pasando por la ex Cooperativa Agrícola, yo le aceleraba bien frente a su casa y quedaba negro por el humo, después me veía venir y se metía corriendo, disfrutábamos de esas cosas los dos. Otra vez subimos un lechón en una bolsa arriba, estaba vivo, mal maneado, se desata, cae por el capot y se mete en el campo, venía el Chueco Terrein, lo corre y le pegaba cada vuelta, que me invadió la risa, otro gran amigo en esta historia… Un día le cambié un par de mocasines nuevos que había comprado, por los míos que usaba para el barro…. Cuando llegó a su casa me quería matar… Los dos viajes diarios los comencé cuando estuvo hecha la ruta. Ahora te cuento que la gente me llenaba de lechones, corderos, huevos, gallinas, yo les decía gracias, por favor cuando yo quiera les aviso, no sabía que hacer con tantos regalos. Una vez, en las notas de mamá leo: 'traer cinco pasteles', bueno voy y digo 5, que raro, bueno los compro y ya en casa iban quedando… Me dice mamá: '¿y esto qué es? – los pasteles que me encargaron…. No Cacho: eran 5 postales.' Había leído rápido y bueno igual los comimos.
Accidentes pocos, sí me llevé puesto una vez un Ford 35, poco líquido de frenos me olvido de reponer, y en el semáforo de la salida en Moreno se baja el dueño, 'recién lo saco del chapista'. Nos mirábamos, un grande el señor, yo 'le pago todo vengo todos los días' y …. Bueno percances en los bancos, encajadas hubo muchas, una por ejemplo, frente a la tranquera de Jensen. Me bajé, caminé como doscientos metros, dos tranqueras, llego estaban cenando, ocho de la noche. Le explico (eran personas ya grandes, dinamarqués pocas palabras) bueno en un rato, al galpón, tractor, pero 'nunca lo había manejado al Deutz', así que en marcha: cambio para adelante, otro igual hasta que embocó la marcha atrás... a los silos les sacó lustre, las tranqueras a la primera paró como a media cuadra, la segunda casi la lleva puesta, después para tirar el micro…. Bueno toda una Odisea, hasta que logré llevarlo al medio, luego de la curva y pude seguir.
Otra, enfrente de lo de Vassolo, ya habían empezado a entoscar, pero ahí siempre me iba abajo Una vez venía un señora que venía a un casamiento, y no llegaba, así que Rubito Aldaya, la empujaba por la ventanilla, porque por la puerta ni ahí, y los de abajo la tironeaban y logró bajar. El Fálcon que vino a buscarla, se encajó más adelante, Marcelo, fue hasta lo de Vassolo, los perros lo querían comer, se subió a la camioneta que estaba allí y le tocó bocina, salió Jorge y ahí se enteró: '¡Soy Aldaya, Cacho se encajó!'”
Historias, hechos, risas, frío, escarcha, le pregunto, qué sintió cuando estuvo la ruta, y responde: “Me gustaba más el barro, sin esa tierra que entraba por todos lados y el hecho de maniobrar, se extrañó mucho”. Una vez Lola, --su madre-- me dijo que los recados de último momento, por ahí no los anotaba, y si Ángel ya se había acostado, se ataba una cinta roja en la muñeca para acordarse al otro día. “Toda la familia trabajamos unidos siempre, luego vino la combi, y en 1998, terminé el recorrido luego de 45 años de viajes, dice Cacho visiblemente emocionado.”


La empresa Somoza, de Juan R.Somoza “Puchi”:
“Nosotros le compramos la línea a Raúl Olhasso que anduvo en sociedad con el Señor Urbina quienes anduvieron hasta ese momento, año 1957. Los recuerdos que tengo dice Puchi, son muy buenos, la gente conforme, luchando con el camino, parábamos en el Hueso Clavado, almacén de Etcheto, y ya nos esperaban, con alguna picadita, chingarra, chorizo, huevos fritos, la gente, con razón renegaba un poco. Eran unos minutos para luego continuar. También en ese momento te cuento que andaba Don Elías Funes por el mismo camino, y don Ángel Yanacone por El Cruce… Solía traer muchos cajones con fruta, para abastecer al comercio, arriba del techo. Una vez, frente al campo de Chayer, se sale la dirección del colectivo, y empezamos a maniobrar. Recuerdo como si la viera a Graciela, recién recibida de maestra que daba clases en el Hueso Clavado, agarrada al caño de mi asiento, con tremendo susto, llorando, los cajones que caían por el capot, hasta que se detuvo, no volcamos pero le anduvimos cerca. Hay muchísimas anécdotas, entraba tierra, bastante, en una oportunidad, una señora que viajaba, venía dele quejarse por la polvareda, mi hermano Telo le dice: 'No se haga problema señora, que acá a la tierra la sacudimos'. Agarró el plumero y comenzó la tarea, y esta mujer le dice: 'Pero que humor que tiene Somoza'. Cosas de jóvenes…
Salíamos todos los días de la taberna de Cristóbal Aldaya a las 7,30 de la mañana, regresando de Tres Arroyos, a las 16,30 hs.
Otra vez, venía doña Juana, que trabajaba en lo de Etcheto, con su tarro con huevos, tuvimos una tremenda coleada, y los huevos se desparramaron por gran parte del micro, venía Armando, un vecino y luego salió el comentario de él que decía: 'yo no sabía que las mujeres cuando se asustan ponen huevos' En otra ocasión volvíamos y se me tapaba la nafta, paraba la soplaba un poco con la boca y seguíamos, yo le decía a los pasajeros, el colectivo está un poco desinflado, nada más para no preocuparlos. Cuando llego a la tranquera de Abel Etcheto, le pido un inflador, se lo paso bien por el caño de la nafta, y pudimos continuar. Luego salió el comentario de una señora que dijo: 'El colectivo de Somoza está desinflado, pero lo infló con un inflador y hay que ver como anda, no tuvimos más problemas'. Historias cómicas, que hoy podemos rememorar, anduvimos hasta 1963, 1964, me gustó lo que hice, lo disfruté mucho, anduve ligero, me gustaba, guardo hermosos recuerdos de esa etapa.


Otra historia tiene ahora lugar: de los que iban a Necochea: Susana Vicente, recuerda a su esposo Rubén Jesús Somoza, “Rubito”:
“El salía de la taberna de Aldaya, año 1962, donde hoy es el salón de actos del colegio de hermanas a las 7 de la mañana de lunes a sábado, y regresaba a las 16 hs. Viajaba hacia Necochea, por el camino viejo, al costado de las vías. En una ocasión, por las inundaciones, frente a lo de Beguerie se colocaron durmientes para que pudiera pasar, unos cuantos metros, serían una o dos cuadras, y la gente caminando atrás hasta que bajaba nuevamente al camino y volvían a subir al micro. Siempre lo acompañé, también tuve que manejarlo durante tres meses, por una lesión que tuvo en el pie, manejé de chica, así que enseguida tomé el volante y lo hice. El trayecto seguía por Cristiano Muerto, San Antonio, Energía y de ahí hasta la terminal de Necochea, algunos bajaban, los demás los repartía a donde fueran dentro de la ciudad, como si fuera el trabajo de un remisse de hoy. La gente agradecida, le regalaba desde algún cordero, bolsas de verduras, era un ida y vuelta entre él y los pasajeros. Los domingos solía viajar a Balcarce, a un espectáculo 'Lonja y Guitarra', ahí también yo manejé…
Tuvo un gran corazón, siempre llevó a todos, aún sin que le pagaran.
Te imaginás el colectivo viejo, siempre se rompía algo: cuando no arrancaba, siempre nos pasaban cosas. Episodios que hoy mirados en la distancia causan mucha gracia, pero hubo que vivirlos en ese momento…
En una oportunidad viniendo de regreso, se paró de golpe, no arrancaba, entonces, bajaron algunos pasajeros a empujarlo, arrancó, y continuó el viaje, con muchos arriba. Claro al rato, le tocaban bocina de atrás, era un taxi con los pasajeros que se habían bajado a empujarlo, se los había olvidado. Otra vez traíamos pollitos bebé para Carlos, Me parece ver esa imagen. Llovía, Edith, con la bolsa de agua caliente para los pies; también venía Carmen que ya daba clases, y un montón de gente más. En una coleada frena, acelera, se va de trompa y los pollos volaron por todo el colectivo. Dijo Rubito: 'Bueno che, ya que se están quejando que el frío, que entra agua, empiecen a juntar los pollitos.' Todos agachados juntándolos… '¡Acá hay uno, acá hay otro!', el mismo se reía de sus propias acciones y de lo que nos sucedía.
Luego logró comprar uno más grande, por poco tiempo, un año más o menos, pero las cosas no le iban bien y le vendió la línea a Cristóbal Garret, que siguió el mismo trayecto algunos años más. Así, luego de casi 7 años, terminó su vida de colectivero.- Cuidó y quiso grandemente a sus cuatro hijos, Virginia, Karina, Ramón y Diego. Compartió gran parte de su vida, junto a sus tíos Somoza, un cariño y amor especial por todos ellos, que fue recíproco para con él, y en esa casa junto a sus tíos del alma, cerró los ojos para emprender un viaje, en donde no faltan los caballos, el tabaco y las lindas historias que supo pintar aquí abajo.”


Continuemos ahora con Cristóbal Garret, que le compró la línea a Rubito Somoza.
En una amena charla con Víctor Montenegro, nos cuenta que este salía desde su Confitería La Armonía, a lado del Club Orense, a partir del año 1973. Era de Buenos Aires, tuvo dos socios, un tal Celestino y Juan Sordelli de San Cayetano, salía a las 7,00 y regresaba a las 16,00 Era cordial, se hizo gran amigo suyo y de su esposa Coca, cenaba con ellos todos los días y dormía en el hotel de Ramos. Anduvo hasta 1982, luego dejó la línea y regreso a la capital. “Fue un gran muchacho, honesto, de respeto y llevaba a todo el mundo, aún cuando no le pagaran”.


Es ahora el turno es de: Expreso Baños, de Ángel Baños. Su esposa Alicia Pérez, lo recuerda diciendo:
“Comenzó en el año 1961 recorriendo con su colectivo, el camino paralelo a las vías hacia Necochea, como lo hizo también Somoza. Salía temprano en la mañana a las 6,30. llegando a las 9,00 hs. a destino. Desde el Hotel Colón, (hoy supermercado de Roberto Ramos, antiguamente Hotel Monedero), y regresaba a las 16. Era una época en que se trabajaba muchísimo con la gente de los campos, hubo veces en que no pudo regresar por el estado del camino, también suspendía los viajes de ida, por el mismo motivo. Fue gran amigo de Carlos Andersen, quien fue su mecánico. Anécdotas por ejemplo recuerdo una: en invierno, mucho frío, puso una garrafa con una pantalla de gas y viajaban con un confort impresionante, decían: el único servicio adelantado, tenía baño y calefacción, hasta que lo pescó la policía. Llevaba el pan hasta Cristiano, y la bolsa con la correspondencia. Un pasajero que siempre viajaba, se lo pasaba hablando de política, le dijo una vez, otra, 'no hagas de esto un comité', hasta que se enojó y lo bajó del micro. Después ese pasajero, se volvía a caballo, nunca más subió. Otra que recuerdo, para un 28 de diciembre, ya había salido de Cristiano y por lo de la herrería de la salida, una de las mujeres pasajeras, le dice: 'Pare Baños, doña Isabel, está dele hacer señas,(desde el hotel)', entre que dio vueltas y todo, tardó como cinco minutos, cuando llega frente al hotel, la pasajera le dice que la inocencia le valga. Le dijo de todo menos bonita… Anduvo hasta 1964 aproximadamente, un gran servicio a la comunidad, hace ya 50 años”, termina diciendo Alicia.
En una oportunidad, en un reportaje para la radio, entrevisté a doña Isabel Ruiz de Azúa de Más, que tenía el hotel en Cristiano Muerto, con su esposo y familia. Decía ella “Era un hombre muy educado y amable, se había hecho amigo nuestro, yo lo esperaba todas las mañanas con el te o el café calentito, a veces golpeaba porque era temprano y ya le abría, o sino lo recibía Nito, mi yerno, y luego continuaba su marcha. Fue muy prudente para manejar, me llevó muchas veces hasta Necochea, nunca quiso cobrarme…”
Caminos de tierra, barro, heladas, llegar tarde al hogar, en todos los casos se repite la misma historia, un desafío que afrontaron todos por igual, aquellos “Héroes del Barro”.


Osvaldo Lanusse Arandía
08/06/2013

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