miércoles, 26 de junio de 2013

Yo estuve ahí de Tato Ricupero


Fue uno de esos días en que todos hubiéramos querido estar. De hecho, con el paso del tiempo, nadie reconocía no haber estado.
La pregunta en realidad era por qué fuimos. Ellos llegaban al final del campeonato dos puntos arriba, jugaban de locales y no habían aflojado en todo el campeonato. La realidad marcaba que todo estaba dado para que por fin, una vez, dieran la vuelta olímpica.
Lo que yo no podía asumir era que la dieran justo ahí, delante de nuestras narices. Y no creía que fueran a festejar con los suyos olvidándose de nosotros. Estaba seguro que nos iban a pasar por delante, mirándonos con los rostros desfigurados de felicidad, seguro que para ser campeones, pero un poco más, por ser campeones delante nuestro.
Y fuimos muchos de Orense, llenamos todo el lateral y una parte de la cabecera. Claro, nadie podía dejar de ir. Nadie en el pueblo es ajeno al club. El que no tiene un familiar que juega, jugó en algún momento. El club es más que nuestra segunda casa, en el club uno se crio, se formó como persona. Fue el lugar de reunión obligado antes de cada salida. Todos pasábamos más horas en el club que en ningún otro lado, practicando el deporte que nos gustara o simplemente de espectadores. En el club crecimos, nos hicimos amigos y hasta de novios. Como no íbamos a estar!!!
Llegamos en silencio, casi en caravana. Acomodamos lo vehículos uno al lado de otro. La cancha nos separaba de ellos. Ellos sí que estaban todos. No había un hueco visible del otro lado del alambrado. La fiesta estaba preparada.
Costaba alentar, nosotros no cantábamos, apenas si gritábamos dale rojo, y golpeábamos palmas para acompañar al equipo. Pero ese día parecía que el aliento se trababa en las gargantas, se escuchaba algún grito aislado y eso sí, las bocinas, porque es más fácil y anónimo.
La expectativa era inmensa, ellos sí cantaban. La radio había armado la cabina de transmisión sobre un carro playo, y los de Bellocq se habían agrupado alrededor como para hacerse sentir.
El primer momento que tuve de sensación agradable fue cuando salió el equipo, rojas las camisetas reflejaban el sol de la tarde. Encabezaba la fila Pololo, el gran capitán, y lo seguía el resto. Tuve la sensación que no nos podían ganar nunca.
Ese año el equipo era muy juvenil, pocos quedaban de los campeones del ’84.
Al rato nomás salieron ellos, entre la lluvia de papel picado, atronaban las bocinas de los autos y camiones. Gritaba la gente ante la salida de sus jugadores, amarilla la camiseta, amarilla y violeta. A quién se le había ocurrido combinar tan mal dos colores?
Y comenzó el partido, peleado, de pierna fuerte. El medio nuestro era de gladiadores, José de 8, el Chapa de 5, Javi por izquierda y Gustavito Vidal un poco más adelante. Batallaban sin cuartel dejando la piel en cada trabada.
La defensa firme como todo el campeonato, Martín de 4, Pololo de 2, el Chupe de 6 y el Negro Jaime de 3. Aguantaban los embates del Laucha y compañía a pie firme. El Turco respondía a las exigencias con la naturalidad de siempre, como si atajar fuera fácil.
Coquito y el Polaco corrían arriba tratando de crear con lo que pudieran, la verdad, llegamos poco.
Se fue el primer tiempo. La hora tan temida se aproximaba. Si uno fuera consciente debería haberse ido en ese momento. Ellos nos dominaban, con el empate les sobraba. Tal vez no se podía salir por la cantidad de autos, pero creo que nadie lo intentó.
El segundo tiempo fue peor, nos tenían más en un arco todavía. Podía ver la alegría del otro lado de la cancha. Del lado nuestro cada vez más silencio.
Después de un corner, con un revoltijo de piernas en el área, Pololo sacó una de la línea. Ahí creímos un poco. Si no habían hecho ese no podían hacernos otro. Y comenzamos a alentar, a nuestro modo, aplaudiendo las buenas, bancando las malas. Se empezaron a escucharlos “buena nene” cuando Gustavito intentaba una genialidad, o un “bien” cunado la pelota tronaba cada vez que José o el Chapa trababan en el medio. Javi la pedía siempre y Martín empezó a dejar un surco por el lateral. Coquito y el Polaco los encaraban siempre y tuvieron alguna, no muy clara, pero para entusiasmarse. El tema era el tiempo, comenzaba a jugar en contra, nosotros necesitábamos ganar, el empate no nos servía, y sí les servía a ellos, que inconscientemente comenzaron a cuidarlo.
Pololo gritaba “salimos”, y empezaron a apretar más arriba. Coquito apelaba a toda su picardía y el Polaco metió una de sus corridas, “cerca del palo derecho” confirmó el relator de LU24.
Ya caso a los 30, el Laucha inventó un foul en la puerta del área. Apenas saliendo de la medialuna. Comenzamos a rezar. Imaginaba la visión del Turco. Llena el área de piernas. Jugadores intentando taparlo, más la barrera.
El Turco se apoyó en el palo izquierdo y armó la barrera. Dos de ellos se pusieron para molestarlo. El Laucha y el Semilla delante de la pelota. Conversaron poco, lo que me preocupó más, sabían que hacer.
El Turco es alto como un álamo, y a todos los altos les cuesta abajo dice una regla del fútbol. El Semilla le iba a pegar ahí, bien de rastron, y si le sumamos algún pocito en el área, atajar eso era poco menos que imposible.
Y fue así nomás, terrible zapatazo de rastron que se coló entre mil piernas y pasó limpita, picó poco después del punto penal y se dirigió inexorablemente hacia el arco. El Turco se tiró cuan largo era y la pelota milagrosamente le dio en las piernas, se levantó lenta girando sobre sí misma.
El Laucha Beguiristain, viejo zorro goleador, intuyó esto y picó detrás del remate. Llegó antes que nadie al corto rebote, y desde la línea de cal del área chica cabeceó arriba, con el Turco caído y toda la defensa por detrás. Todos vimos como la pelota avanzaba lenta para convertirse en lo más temido por nuestra parcialidad. Solo una décima de segundo antes de que traspusiera la línea imaginaria, justo por debajo del travesaño, una mano del Turco, que había volado desde el piso la sacó sobre el travesaño.
“Monstruo” le grité, “no podes atajar eso”. Y seguido con el entusiasmo de la adrenalina agregué, “vamos que estos muertos no nos pueden ganar nunca”. De fondo se escuchaba el relator de la radio que decía: “milagro en el área de Alumni” y si había sido un pequeño milagro.
Ellos no lo podían creer, nadie podía atajar eso. Pero el Turco lo había hecho. El Turco arquero porque atajaba bien, porque a él le gusta jugar de 9, nos mantenía la ilusión abierta. Alguien gritó “no sea que se metan las tortas ya saben dónde ehhh”. En referencia a los preparativos por la fiesta del campeonato que sabíamos se habían hecho.
Y seguimos batallando, ellos más atrás ahora. Nosotros intentando por todos lados. No éramos claros, pero éramos entusiastas, íbamos como podíamos. Los arrastrábamos con la fuerza de quien cree que puede a pesar de la adversidad. Pero el tiempo seguía corriendo y el partido se nos iba..
Entramos en los últimos 5 minutos en esa tónica, empujando para adelante y empujando atrás. Cada vez más cerca ellos de soñado título, cada vez más imposible para nosotros.
Algunos nos empezamos a mirar como preguntándonos qué íbamos a hacer cuando salieran campeones. Yo ni loco los aplaudo pensé. Empecé a repasar que jugadores nuestros se quedarían en la cancha a verlos dar la vuelta olímpica, espero que ninguno me dije en voz baja.
La voz del relator de la radio me trajo otra vez a la realidad, “minuto 44 del segundo tiempo, una especie de corner corto desde la izquierda a favor de Alumni”. Me volví hacia la cancha y vi, como el equipo se desplazaba hacia el arco de ellos, subían todos.
Coquito enviaría un centro que era nuestra última oportunidad. No era para hacerse muchas ilusiones, habíamos tenido ya un par así, pero entre el Pájaro y el Paisano habían sacado todos.
Nos pegamos al alambrado para ver mejor, silencio de Iglesia en el Vassolo. Coquito levantó la mano derecha y le pegó. La pelota se recortó contra el cielo como la luna de Febrero en esas nochecitas de verano, viajó impoluta y cayó en el área. Saltaron todos, hasta los que sabían que no llegaban, pero una cabeza sobresalió entre todas. Pololo, a pesar de no ser alto, entrando por el segundo palo, saltó más que nadie, impulsado tal vez por la fuerza de mil hinchas que deseaban eso, o por los otros mil que querían evitarlo.
Impactó la pelota con un frentazo que les juro que se escuchó, y esta viajó grácil y liviana hacia su novia, la red, que la abrazó en todo su esplendor, con esa mágica música de fondo que es un gol gritado al unísono por mil gargantas. Lo gritamos nosotros en la cancha, y lo gritó el peón desde su rancho en el campo. Lo gritaron en el pueblo los que habían optado por no ir, lo gritaron los abuelos que no se habían animado y aquellos que sufrían mucho viéndolo y preferían la radio.
Increíble, sublime, apoteótico, colosal, lo que quieran ponerle. Coquito corrió a abrazarse con todos y se colgó del alambrado. Todos quisimos fundirnos en ese abrazo y cedió el cerco perimetral que cayó hacia la cancha. Pero esa tarde no había lugar para tragedias, y todos salieron milagrosamente ilesos de debajo del alambre.
El partido terminó después de eso y todos veíamos a nuestros jugadores abrazarse en el campo. Les parecerá mentira pero no recuerdo ninguna cara de Etchegoyen.
Lógicamente, después ganamos el partido desempate en Orense y empatamos en Bellocq con lo que fuimos campeones.
Han pasado más de veinte años desde ese día, y todavía lo recuerdo como uno de los más gloriosos de mi vida. Yo no jugaba pero sí mi hermano, y es como si fuera yo. Y mis amigos, con los que había crecido.
Ahí anda Pololo por el pueblo, no demasiado consciente de lo glorioso que fue, esperando tal vez que alguien le pregunte por ese día, o no. Quién sabe.
Solo imagino que de vez en cuando, debe sentir, como la caricia de una madre, el beso que le dio esa pelota en la frente antes de convertirse en el gol más gritado en la historia del glorioso Alumni.
Tato Ricupero.




No hay comentarios:

Publicar un comentario