lunes, 10 de junio de 2013

Recorrido nocturno de Fabián Debesa




De “Afrika” a “Dunas”, un inolvidable recorrido por las noches de Orense

Resulta casi imposible, para quienes arrastran un puñado de décadas, no asociar a la entrañable “Chola” Amat con la noche de Orense. Siempre rodeada de adolescentes y jóvenes que adoptó como hijos, se transformó en un personaje central para los que transitaron boliches, confiterías y los espacios nocturnos del Club Alumni, en buena parte de la década del ´80 y entrados los ´90.
Los recuerdos se entrecruzan y no intentaremos desarrollar aquí un ensayo con pretensiones históricas. Simplemente recorrer pinceladas de lo que fueron las actividades de diversión para adolescentes y no tanto, en un período marcado por libertades que se abrían para los pibes del pueblo, y por algunas costumbres que permanecían intactas, con el denominador común de los lazos de amistad profunda como marca registrada.
El camino de los recuerdos tiene la primera parada en “Afrika”. Lugar inolvidable para quienes pisan o pasan el medio siglo, y difícil de encuadrar en los parámetros actuales. Porque era, bar, confitería y boliche bailable. Todo junto y al mismo tiempo. Hasta salón de fiestas. Varias quinceañeras desparramaron ilusiones y sueños adolescentes en ese local frente al “Colegio Nacional” (en realidad el Instituto Privado José de San Martín). Cuando el local se vestía para un cumpleaños de 15, se suspendía la función para los que no estaban invitados. Aunque al final todos eran de la partida. Con o sin invitación.
En sus comienzos "Afrika" tenía mesas y sillas, además de pista y cabina para el Disc Jockey. Y los mozos servían copas con medidas de whisky, el Gancia con limón o la “whiscola”, una bebida que resultó furor en algún momento, casi equivalente al Fernet con Cola de hoy. Después se fue aggiornando, se acomodó a la cultura “disco” y se vistió de negro iluminada con neón.
“La Chola” ponía el cuerpo y las promociones de futuros egresados el alma al boliche. Viernes y domingo, cuarto año. Los sábados era para los de quinto. Y así, varias tandas de bachilleres acortaron el camino hacia Bariloche o Córdoba gracias a esa sociedad nada anónima que incorporaba accionistas con amplia generosidad.
Dedicó buena parte de su vida y su paciencia a esa actividad. Con el retorno de la democracia, “Afrika” volvió a ser la sede de la UCR y Chola buscó otros espacios. Estuvo como concesionaria del Club Alumni y allí también habilitó un boliche. Era en el piso superior, pero además concentraba otros ámbitos como la confitería y el bar, atendido con particular inspiración por El Negro Amat.
Pasaban interminables tardes de hacer nada ahí en el Club. Era un lugar de encuentro obligado. De paso ineludible para los que hacían tenis, paleta, futbol o básquet. Y los que quemaban horas de “timba”, cigarrillo y cuentos de historias diminutas de los primeros trancos de una juventud que resultaría inigualable.
“Vamos para ´Sanca´. Dicen que se pone bueno”. Ese dato impreciso, difícil de cotejar, era un disparador para armar una excursión improvisada en uno, dos autos hacia un territorio de promesas.
 “Sanca” es San Cayetano. A 45 kilómetros, 35 de los cuales eran (son) por camino de tierra. Una meca de la noche para esos sábados en los que Orense no tenía oferta atractiva. El sustantivo propio de la frase podía tener sus variantes. “Sanca” podía reemplazarse por Chávez, Juárez, Oriente, o “Yamó”, el legendario boliche de Tres Arroyos. El objetivo era el mismo. Sucede que los inviernos en Orense son largos, muy largos y las expectativas juveniles se colmaban rápido. Perosiempre se volvía al lugar del primer amor. Porque el invierno sólo actuaba como antesala de la primavera y entonces había que preparar el festejo del Día del Estudiante. O la semana, como se hizo costumbre años más adelante. Entre 1979 y 1980 comenzaron los “encuentros estudiantiles” de competencias deportivas en Claromecó. Obvio, que los atletas del “Instituto” participaban en todas las disciplinas. Incluidas las maratones nocturnas. Claro, estaban Yamó y El Tucu para demostrar otras habilidades y destrezas. Semanas de organización y expectativas para pasar varios días y noches de la “semana de la Primavera”. La mayor de las audacias consistía en resistir hasta la madrugada para regresar directo a las clases de historia o matemáticas del “nacional”.
Después llegaba la tradicional fiesta de los egresados, siempre en el gimnasio del Alumni, para clausurar la temporada nocturna en el pueblo. Con esa celebración se coronaba una etapa, inigualable e irrepetible. Los graduados sabían que comenzarían a andar nuevos caminos, no siempre acompañados por quienes hasta ayer nomás habían compartido casi todo. Para muchos empezaba un período en el que los lazos con el pueblo se sostendrán atados con recuerdos y visitas esporádicas. Pero, eso sería para otro capítulo.
Volvamos a la noche, porque ya estamos en verano. Y siempre la fórmula que combina noche más verano dará como resultado  “Dunas”. Un nombre propio transformado en sustantivo. El lugar donde se escribieron las infinitas novelas con miles de protagonistas.
Ese proyecto ambicioso y premonitorio del “Tincho” Liarte que instaló un mojón en la historia nocturna del Balneario Orense. Una construcción de estilo mediterráneo inaugurado sobre el final de los ´70, en una villa que sólo era una promesa.
Estrenaba el veraneo minutos después del brindis de Navidad y quedaba encendida en la noche orensana hasta los primeros días de marzo. Eran los tiempos en que Dunas abría de martes a domingo. Fue el escenario preferido para el debut y las remakes anuales de la presentación de “Chagatas Blues”, la banda que salía de su cueva “en verano, en la playa”.
Los fines de semana, el camino al balneario se hacía caravana a la medianoche en dirección al mar y, al alba, en sentido inverso. En el Monolito o en el hall del Club Alumni los chicos de “a dedo” esperaban encontrar un asiento en los autos que pasaban como procesión. Todos querían participar de esa ceremonia del gran templo pagano de la playa.
Dunas llegó para reemplazar los bailes en el Club de Pesca y compartió las madrugadas con otros lugares que marcaron la generación. Como la Taberna del Huinca, el Macondo o la efímera Casa del Sol Naciente que desafió la altura del Médano 40 para instalar allí una confitería con garantía de paisaje soñado asegurada.
Rincón de infinitas noches y madrugadas rociadas, el Balneario Orense se convirtió en el sitio de iniciación para los pibes que empezaban su carrera nocturna. Divertida, sana y con el culto a esas amistades de temporada. Esos encuentros que terminaban con “nos vemos el año que viene”. Y si, siempre se encontraban porque allí se anudan esos lazos que perduran para siempre.
Fabián Debesa

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