lunes, 24 de junio de 2013

Un yanqui en el pueblo de Tato Ricupero

Crecí viendo las camisetas en el cordel de mi abuela secándose al sol. Camisetas de piqué, con los números en cuerina blanca con bordes rojos también. Cada tanto algún número empezaba a despegarse y mi abuela lo cosía nuevamente con infinita paciencia, siguiendo el contorno delicadamente, respetando hasta los orificios anteriores en la cuerina desgastada. Antes de plancharlas a veces me dejaba poner una, yo si podía elegir buscaba la 14, el ruso siempre fue mi ídolo. Jugaba en la cocina de la abuela con una pelota de papel a acertarle al rincón, aro imaginario.
El Patón Ríos, Taquín Mainini, el Negro Villa, Pirincho Yanacone, el Gallego Ramos, se pasaban la pelota en un relato desprolijo de partidos a morir contra Tatalo Terragno, el Vasco Goizueta, el Loco Locatelli y demás adversarios.
Mi viejo abrazó la dirigencia del club con la pasión que nos inculco toda la vida. Ángel Keergaard lo llevo al club siendo muy joven y por más de 20 años se desempeño en distintos puestos, siempre ligado al básquet.
A principio de los 80 tenían una buena comisión, gente trabajadora y comprometida con la función. Bocha Sotuyo, Carija, Juancho Etcheto, Lucho Ansa entre otros.
Recuerdo noches gloriosas, con gimnasio lleno. Nos visito Independiente de Neuquén, encabezados por el loco Ibáñez, un artista con la pelota, capaz de hacer la jugada mas sorprendente.
También la selección Argentina de Básquet en silla de ruedas. Todavía recuerdo la sensación de ver esa gente desplazarse por la cancha en sus sillas y convertir con una facilidad abrumadora.
Un suceso inigualable sucedió a mediados del año 80. Llego a Orense el primer equipo de Obras Sanitarias de la Nación para enfrentarse a Alumni reforzado por Marcelo Dalimier y el mago Merlíni, venidos los dos de Bahía Blanca para jugar ese partido.
Obras venía de ser sub-campeón de la copa W.Jones o copa intercontinental de clubes, había perdido la final con el Real Madrid de España, que en ese momento, como ahora, era de los clubes mas poderosos de Europa. Este equipo de Obras ganó el mundial de clubes tres años después, venciendo a un club italiano.
Vinieron a jugar con Obras el Gurí Perazzo, el Tola Cadillac, Chocolate Rafaelli, un brasilero, base, Wilson de Jesús, Aguirre, Arejula, y un canadiense de 2,10 metros. llamado Marc Wosley. Hoy, después de tantos años, cobra cada vez más dimensión que semejantes monstruos hayan pisado el parquet del Anker Keergaard.
En el año 81 Quilmes de Tres Arroyos produjo una innovación en el mercado de pases basquetbolístico, contrató un norteamericano, Gregory Lee Humprey, un yanqui blanco, de 2,06 mts, rubio de bigotes, salvando las distancias, parecido a Larry Bird.
Este hecho fue un quiebre en el básquet doméstico, hasta ese momento los pases se manejaban personalmente. Contratar a Romagnoli antes de esto era ir a Tres Arroyos y ofrecerle una heladera nueva, mejor que la de Huracán, que le vendría bárbaro porque se estaba por casar. Los jugadores locales nunca habían cobrado nada por jugar y más de uno pagaba la nafta de su propio auto para ir de visitante.
Reuniones ordinarias y extraordinarias, discusiones interminables entre los miembros llevaron a la comisión a decidir intentar contratar un extranjero para que jugara en Alumni.
Con ese fin viajó a Tres Arroyos el negro Mussi, técnico de la primera, para ver dos yanquis que querían jugar nuestra liga.
Épocas de comunicación difícil, los llamados telefónicos a casa se repetían constantemente para ver cómo iba el trámite.
El negro llamó que eran dos los yanquis que habían venido, mi viejo le contestó que trajera el más alto.
Otro llamado, el negro informaba que a el le parecía que el mas bajo era mejor, llevaba como treinta libres seguidos sin errar ni uno, mi viejo le dice que lo apoya en su decisión, que trajera el que le pareciera mejor.
Otro llamado, había surgido un problema, el yanqui que le gustaba a Mussi cobraba 300 dólares más, 1500, el otro 1200.
“Si hay que bailar, bailemos”, le dijo mi viejo, “traé el mas caro”.
Llegaron de noche directamente al gimnasio, en el 128 azul que Mussi tenía en ese momento.
Reggie se bajó ante la mirada absorta de todos, jogging rojo, campera canguro, con su nombre bordado sobre el pecho, a la izquierda. Alto, 2 metros con zapatillas, como el decía, flaco pero muy marcado, físico privilegiado.
Le presentaron uno por uno al plantel, primeras sonrisas cuando se quedo mirando a Ernesto porque se lo presentaron como “Ruso”, eran épocas de la guerra fría.
Se separaron en dos equipos, uno de los cuales jugó sin camiseta, para que Reggie los reconociera. La magia invadió el gimnasio, el negro jugaba bien, metía de todos lados, la volcaba con una facilidad pasmosa y pasaba la pelota como nadie.
Alumni tenia un plantel mixto, algunos jugadores veteranos como Chichin y el negro Villa, algunos en su apogeo, el Ruso Furher, Winche Funes, Zorrino Amat, Celso Harstock, Mario Rivolta, Canguro Santiago, y la camada nueva: Zoco Ansa, Chimango Eguren, Julio Harstock, el Ruso Astrup y Rulo Montenegro.
Eran buenas épocas para nuestro básquet. Muchos jugadores del club integraban selecciones locales y de provincia.
Reggie se adaptó rápidamente al pueblo, enseñaba a las categorías menores y por la noche entrenaba con la primera. En los entrenamientos solía haber tanta gente como en un partido de años anteriores.
Era un fenómeno, jugaba en los 5 puestos, llevaba la pelota de un lado al otro de la cancha, bajaba rebotes en los dos tableros, metía de todos lados, taponaba tiros, la volcaba con muchísima facilidad. Nunca descuidaba su papel de showman que le encantaba. Se divertía jugando y lo hacia notar. Era común que saludara a alguien del público después de hacer una buena jugada, chocando las palmas. Tiraba ganchos de mitad de cancha, hacia la faja en el doble paso, y previo a tirar la bandeja la pasaba entre sus piernas.
Fuera de la cancha era una persona excepcional. Siempre rodeado de chicos, entre los que casi siempre me encontraba. De sonrisa fácil y amplia. Aprendió a hablar nuestro idioma en poquísimo tiempo, con un acento muy marcado, todavía suena en mis oídos “sin Fol., sin Fol.”, gritaba cuando marcaban en los entrenamientos. Solíamos encontrarlo en la plaza, sentado escuchando música con sus walkman, toda una novedad para la época, y nos pasaba los auriculares uno por uno para que escucháramos.
Cuando llegó vivió en lo de Cuevas, un empleado del banco Nación que integraba la comisión de Básquet, luego se mudo a lo de Quique Marquinez, justo al lado de casa.
Almorzaba todos los días en el club, Luisito Gonzalez lo atendía como un rey y Reggie se lo agradecía comiéndose todo lo que le ponía adelante. “Pollo grande” le decía al pavo, una de sus comidas preferidas.
Nuestro club organizaba tradicionalmente la copa Anker Keergaard, ese año fue inolvidable.
Reggie había hecho partidos increíbles, con goleos insólitos, como 63 puntos ante Independiente de San Cayetano, en una época que no existían los triples.
Varios jugadores nuestros alcanzaron su plenitud en ese momento. El Winche jugó increíble, poniendo toda esa garra que lo caracterizó siempre, El Zorrino desplegó todo su talento, y el gancho de zurda hizo estragos en las defensas. Mario era un goleador implacable, con un tiro exquisito de 4 o 5 metros que rara vez fallaba. La base la repartían entre Chichin y el Cangu; Chichin todo cerebro y con un tiro frontal temible, y el Cangu todo vértigo y ataque rápido. El negro Villa mantenía su tiro a 45 grados, a la altura del calefactor. El Ruso ese año entreno como nadie y estaba más fuerte que nunca. Los demás chicos estaban muy compenetrados, les tocara jugar o no. Nadie faltaba a un entrenamiento, y todos mejoraban con los aportes de Reggie, que con pases fulminantes los obligaba a estar concentrados al cien por cien. Extrañamos mucho al Pata, se había ido a estudiar y no estuvo ese año.
El torneo se jugo a pleno, con lleno total todos los partidos. Llegamos a la final con Quilmes, que aparte de Humprey, se había quedado con Darrel Pickney, un negro de 2,04, que jugaba de pívot. Completaban la plantilla Belza, un base petisito, muy cerebral, el turco Ali Sapag, goleador temible, el loco Valle, puro temperamento y garra.
Los días previos al partido fueron de locos, en las calles no se hablaba de otra cosa. La cantina del club era un hervidero.
Mi casa era un timbre tras otro, el teléfono no paraba de sonar, todos querían conseguir su entrada. Mi viejo había hecho con chapadur perforado una copia de la cancha y enumeraba las plateas. Se alquilaron tribunas en Tres Arroyos que se armaron en el balcón para aumentar la capacidad.
A la noche mis viejos miraban las plateas que se agotaban rápidamente, y nombraban gente con asombro, “nunca antes lo vi en el gimnasio” decía mi viejo, sin poder disimular la alegría del fenómeno que se había producido.
El día del partido fuimos más temprano que nunca al gimnasio, mi viejo volvió a pasar el cepillo con aserrín y querosene. Repasamos algunas maderitas que amenazaban despegarse. Despegamos algunas que sobresalían y las volvimos a pegar con brea caliente.
Mucho antes del partido empezó a llegar la gente. Algunos de localidades vecinas. Lentamente se fue llenando la cancha. Más de mil personas entraron a la cancha esa noche. La gente se fue agolpando hasta formar dos y tres filas hasta las líneas de la cancha. Yo termine con Paliyo en el escenario, agarrados a la jirafa del aro, y el que siempre fue flaco dentro de los hierros de esta
Un rato antes de que los jugadores pasaran para el vestuario llego el Ruso, entró corriendo las mamparas de la entrada, camperón verde, bolso Adidas de cuero blanco al hombro, el pelo mojado como recién peinado y una ancha y blanca sonrisa. Me tranquilicé.
Miles de veces me había contestado papa la misma pregunta:
– ¿Viene el Ruso?
– El Ruso se baja del tractor y viene a jugar.
El partido fue de película. 40 minutos tanto a tanto.
La pelota final le correspondía a Alumni, con pocos segundos en el reloj. Quilmes ganaba por un punto.
Busque a Reggie con la mirada, esa pelota la tenia que jugar él, cortaba la bocha con los brazos en alto pidiéndola a gritos. Mario la tomó en el vértice de la bocha, amagó a pasarla y se levantó él, la soltó con la técnica de siempre, el dedo mayor y el índice quedaron como señalando el destino que ya era inexorable. Voló la pelota hacia el aro, pego en el fierro, bailo en el cesto y salió. Humprey bajo el rebote y se abrazó a la pelota con los codos hacia fuera. Se termino el partido.
Mire a Paliyo como buscando una respuesta que no existía. Estaba tan absorto como yo.
Habíamos perdido, ese no era el final de la película que yo quería. No podía creer que mis ídolos perdieran. Lloré un poco mordiéndome los labios. No quería que se notara.
Inmediatamente me di cuenta que nadie del equipo reprochaba a Mario por haber errado, y llegue a la conclusión que eso era el deporte, ganar y perder. El resultado era lo de menos si el esfuerzo había sido el máximo.
Creo que desde esa época mi corazón late con el rebote de una pelota contra el parquet. Desde esa época gano y pierdo con hidalguía.
Hoy el básquet de mi pueblo viven buenas épocas. Con jugadores que representan a mi club con respeto por su historia. Con dirigentes responsables y comprometidos.
Agradezco a aquellos hombres que perdiendo la final del Keergard, me enseñaron más que si la hubieran ganado.

Tato Ricupero

No hay comentarios:

Publicar un comentario